LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN

LA COMEDIA NUEVA O EL CAFÉ

(1792)

P E R S O N A S

D. ELEUTERIO, joven dramaturgo
DOÑA AGUSTINA, su esposa
DOÑA MARIQUITA, su hermana
D. HERMÓGENES, pedante
D. PEDRO, hombre rico
D. ANTONIO
D. SERAPIO, apasionado del teatro
PlPÍ, camarero

La escena es en un café de Madrid, inmediato a un teatro.

El teatro representa una sala con mesas, sillas y aparador de café en el foro una puerta con escalera a la habitación principal, y otra puerta a un lado que da paso a la calle.

La acción empieza a las cuatro de la tarde, y acaba a las seis.


A C T O I

ESCENA PRIMERA

D. ANTONIO, PIPÍ

(D. Antonio sentado junto a una mesa; Pipí paseándose.)

D. ANTONIO: Parece que se hunde el techo, Pipí.

PIPÍ: ¿Señor?

D. ANTONIO: ¿Qué gente hay arriba, que anda tal estrépito? ¿Son locos?

PIPÍ: No, señor; poetas.

D. ANTONIO: ¿Cómo poetas?

PIPÍ: Sí, señor, ¡así lo fuera yo! ¡No es cosa! Y han tenido una gran comida. Burdeos, pajarete, marrasquino, ¡uh!

D ANTONIO: ¿Y con qué motivo se hace esa francachela?

PIPÍ: Yo no sé pero supongo que será en celebridad de la comedia nueva que se representa esta tarde, escrita por uno de ellos.

D. ANTONIO: ¿Conque han hecho una comida? ¡Haya picarillos!

PIPÍ: ¿Pues qué, no lo sabía usted?

D. ANTONIO: No, por cierto.

PIPÍ: Pues ahí está el anuncio en el diario.

D. ANTONIO: En efecto, aquí está. (Leyendo el diario que está sobre la mesa.) COMEDIA NUEVA, INTITULADA: EL GRAN CERCO DE VIENA. ¡No es cosa! Del sitio de una ciudad hacen una comedia. Si son el diantre. ¡Ay, amigo Pipí, cuánto más vale ser mozo de café que poeta ridículo!

PIPÍ: Pues, mire usted, la verdad, yo me alegrara de saber hacer, así, alguna cosa...

D. ANTONIO: ¿Cómo?

PIPÍ: Así de versos... ¡Me gustan tanto los versos!

D. ANTONIO: ¡Oh! los buenos versos son muy estimables; pero hoy día son tan pocos los que saben hacerlos; tan pocos, tan pocos.

PIPÍ: No, pues los de arriba bien se conoce que son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos han echado por aquella boca! Hasta las mujeres.

D. ANTONIO: ¡Oiga! ¿También las señoras decían coplillas?

PIPí: ¡Vaya! Allí hay una Doña Agustina, que es mujer del autor de la comediaŠ ¡Qué! si usted vieraŠ Unas décimas componía de repente... No es así la otra, que en toda la mesa no ha hecho más que retozar con aquel D. Hermógenes, y tirarle miguitas de pan al peluquín.

D. ANTONIO: ¿D. Hermógenes está arriba? ¡Gran pedantón!

PIPÍ: Pues con ése se ha estado jugando, y cuando la decían: Mariquita, una copla, vaya una copla, se hacía la vergonzosa; y por más que la estuvieron azuzando a ver si rompía, nada. Empezó una décima y no la pudo acabar, porque decía que no encontraba el consonante; pero Doña Agustina, su cuñadaŠ ¡Oh! aquélla, sí. Mire usted lo que es... Ya se ve, en teniendo vena.

D. ANTONIO: Seguramente. ¿Y quién es ése que cantaba poco ha, y daba aquellos gritos tan descompasados?

PIPÍ: ¡Oh! ése es D. Serapio.

D. ANTONIO: ¿Pero qué es? ¿Qué ocupación tiene?

PIPÍ: Él es... Mire usted. A él le llaman Don Serapio.

D. ANTONIO: ¡Ah! sí. Ese es aquel bullebulle que hace gestos a las cómicas, y las tira dulces a la silla cuando pasan, y va todos los días a saber quién dió cuchillada; y desde que se levanta hasta que se acuesta no cesa de hablar de la temporada de verano, la chupa del sobresaliente, y las partes de por medio.

PIPÍ: Ese mismo. ¡Oh! ése es de los apasionados finos. Aquí se viene todas las mañanas a desayunar, y arma unas disputas con los peluqueros que es un gusto oírle. Luego se va allá abajo, al barrio de Jesús. Se juntan cuatro amigos, hablan de comedias, altercan, ríen, fuman en los portales. D. Serapio los introduce aquí y acullá hasta que da la una, se despiden, y él se va a comer con el apuntador.

D. ANTONIO: ¿Y ese D. Serapio es amigo del autor de la comedia?

PIPÍ: ¡Toma! Son uña y carne. Y él ha compuesto el casamiento de Doña Mariquita, la hermana del poeta, con D. Hermógenes.

D. ANTONIO: Qué me dices? ¿D. Hermógenes se casa?

PIPÍ: ¡Vaya si se casa! Como que parece que la boda no se ha hecho ya, porque el novio no tiene un cuarto, ni el poeta tampoco; pero le ha dicho que con el dinero que le den por esta comedia, y lo que ganará en la impresión, les pondrá la casa y pagará las deudas de D. Hermógenes, que parece que son bastantes.

D. ANTONIO: Sí serán. ¡Cáspita si serán! Pero, y si la comedia apesta, y por consecuencia ni se la pagan ni se vende, ¿qué harán entonces?

PIPÍ: Entonces, ¿qué sé yo? Pero, ¡qué! No, señor. Si dice D. Serapio que comedia mejor no se ha visto en tablas.

D. ANTONIO: ¡Ah! pues si D. Serapio lo dice, no hay que temer. Es dinero contante, sin remedio. Figúrate tú, si D. Serapio y el apuntador sabrán muy bien dónde les aprieta el zapato, y cuál comedia es buena, y cuál deja de serlo.

PIPÍ: Eso digo yo; pero a veces... Mire usted, no hay paciencia. Ayer, ¡qué! les hubiera dado con una tranca. Vinieron ahí tres o cuatro a beber ponch, y empezaron a hablar, hablar de comedias, ¡vaya! Yo no me puedo acordar de lo que decían. Para ellos no había nada bueno: ni autores, ni cómicos, ni vestidos, ni música, ni teatro. ¿Qué sé yo cuánto dijeron aquellos malditos? Y dale con el arte, el arte, la moral y... Deje usted, las. . . ¿Si me acordaré? Las. . . ¡Válgate Dios! ¿Cómo decían? Las... Ias reglas... ¿Qué son las reglas?

D. ANTONIO: Hombre, difícil es explicártelo. Reglas son unas cosas que usan allá los extranjeros, particularmente los franceses.

PlPí: Pues, ya decía yo: esto no es cosa de mi tierra.

D. ANTONIO: Sí tal, aquí también se gastan, y algunos han escrito comedias con reglas; bien que no llegarán a media docena (por mucho que se estire la cuenta) las que se han compuesto.

PIPí: Pues, ya se ve; mire usted, ¡reglas! No faltaba más. ¿A que no tiene reglas la comedia de hoy?

D. ANTONIO: ¡Oh! eso yo te lo fío: bien puedes apostar ciento contra uno a que no las tiene.

PIPÍ: Y las demás que van saliendo cada día tampoco las tendrán; ¿no es verdad usted?

D. ANTONIO: Tampoco. ¿Para qué? No faltaba otra cosa sino que para hacer una comedia se gastaran reglas. No, señor.

PIPÍ Bien; me alegro. Dios quiera que pegue la de hoy, y luego verá usted cuántas escribe el bueno de D. Eleuterio. Porque, lo que él dice, si yo me pudiera ajustar con los cómicos a jornal, entoncesŠ ¡Ya se ve! mire usted si con un buen situado, podía él...

D. ANTONIO: Cierto. (Aparte. ¡Qué simplicidad!)

PIPÍ: Entonces escribiría. ¡Qué! todos los meses sacaría dos o tres comedias... Como es tan hábil.

D. ANTONIO: ¿Conque es muy hábil, eh?

PIPÍ: ¡Toma! poquito le quiere el segundo barba; y si en él consistiera, ya se hubieran echado las cuatro o cinco comedias que tiene escritas; pero no han querido los otros, y ya se ve, como ellos lo pagan. En diciendo, no nos ha gustado, o así, andar ¡ qué diantres ! Y luego, como ellos saben lo que es bueno, y en fin, mire usted si ellos... ¿No es verdad?

D. ANTONIO: Pues ya.

PIPÍ: Pero, deje usted, que aunque es la primera que le representan, me parece a mí que ha de dar golpe.

D. ANTONIO: ¿Conque es la primera?

PIPÍ: La primera. Si es mozo todavía. Yo me acuerdo... Habrá cuatro o cinco años que estaba de escribiente ahí en esa lotería de la esquina, y le iba muy ricamente; pero como después se hizo paje, y el amo se le murió a lo mejor, y él se había casado de secreto con la doncella, y tenía ya dos criaturas, y después le han nacido otras dos o tres; viéndose él así, sin oficio ni beneficio, ni pariente ni habiente, ha cogido y se ha hecho poeta.

D ANTONIO: Y ha hecho muy bien.

PIPÍ: Pues, ya se ve; lo que él dice, si me sopla la musa, puedo ganar un pedazo de pan para mantener aquellos angelitos, y así ir trampeando hasta que Dios quiera abrir camino.



ESCENA II

D. PEDRO, D. ANTONIO, PIPÍ

D. PEDRO: Café.

(D. Pedro se sienta junto a una mesa distante de D. Antonio; Pipí le sirve el café.)

PIPÍ: Al instante.

D. ANTONIO: No me ha visto.

PIPÍ: ¿Con leche?

D. PEDRO: No. Basta.

PIPí: ¿Quién es éste?

(A D. Antonio, al retirarse.)

D. ANTONIO: Este es D. Pedro de Aguilar: hombre muy rico, generoso, honrado, de mucho talento; pero de un carácter tan ingenuo, tan serio y tan duro, que le hace intratable a cuantos no son sus amigos.

PIPÍ: Le veo venir aquí algunas veces; pero nunca habla, siempre está de mal humor.



ESCENA III

D. SERAPIO, D. ELEUTERIO, D. PEDRO, D. ANTONIO, PIPÍ

D. SERAPIO: ¡Pero, hombre, dejarnos así !

(Bajando la escalera, salen por la puerta del foro.)

D. ELEUTERIO: Si se lo he dicho a usted ya. La tonadilla que han puesto a mi función no vale nada, la van a silbar, y quiero concluir ésta mía para que la canten mañana.

D. SERAPIO: ¿Mañana? ¿Conque mañana se ha de cantar, y aún no están hechas ni letra ni música?

D. ELEUTERIO: Y aun esta tarde pudieran cantarla, si usted me apura. ¿Qué dificultad? Ocho o diez versos de introducción, diciendo que callen y atiendan, y chitito. Después unas cuantas coplillas del mercader que hurta, el peluquero que lleva papeles, la niña que está opilada, el cadete que se baldó en el portal; cuatro equivoquillos, etc., y luego se concluye con seguidillas de la tempestad, el canario, la pastorcilla y el arroyito. La música ya se sabe cuál ha de ser: la que se pone en todas; se añade o se quita un par de gorgoritos, y estamos al cabo de la calle.

D SERAPIO: ¡El diantre es usted, hombre! Todo se lo halla hecho.

D. ELEUTERIO: Voy, voy a ver si la concluyo; falta muy poco. Súbase usted.

(D. Eleuterio se sienta junto a una mesa inmediata al foro; saca papel y tintero y escribe.)

D. SERAPIO: Voy allá pero...

D. ELEUTERIO: Sí, sí, váyase usted, y si quieren más licor, que lo suba el mozo.

D. SERAPIO: Sí, siempre será bueno que lleven un par de frasquillos más. Pipí.

PIPÍ: ¿Señor?

D. SERAPIO: Palabra.

(D. Serapio habla en secreto con Pipí y vuelve a irse por la puerta del foro; Pipí toma del aparador unos frasquillos y se va por la misma parte.)

D ANTONIO: ¿Cómo va, amigo D. Pedro?

(D. Antonio se sienta cerca de D. Pedro.)

D. PEDRO: ¡Oh, señor D. Antonio! No había reparado en usted. Va bien.

D. ANTONIO: ¿Usted a estas horas por aquí? Se me hace extraño.

D. PEDRO: En efecto lo es; pero he comido ahí cerca. A fin de mesa se armó una disputa entre dos literatos que apenas saben leer. Dijeron mil despropósitos, me fastidié, y me vine.

D. ANTONIO: Pues con ese genio tan raro que usted tiene, se ve precisado a vivir como un ermitaño en medio de la corte.

D. PEDRO: No, por cierto. Yo soy el primero en los espectáculos, en los paseos, en las diversiones públicas; alterno los placeres con el estudio; tengo pocos, pero buenos amigos, y a ellos debo los más felices instantes de mi vida. Si en las concurrencias particulares soy raro algunas veces, siento serlo; pero ¿qué le he de hacer? Yo no quiero mentir, ni puedo disimular, y creo que el decir la verdad francamente es la prenda más digna de un hombre de bien.

D. ANTONIO: Sí pero cuando la verdad es dura a quien ha de oírla, ¿qué hace usted?

D. PEDRO: Callo.

D. ANTONIO: ¿Y si el silencio de usted le hace sospechoso?

D. PEDRO: Me voy.

D ANTONIO: No siempre puede uno dejar el puesto, y entonces...

D. PEDRO: Entonces digo la verdad.

D. ANTONIO: Aquí mismo he oído hablar muchas veces de usted. Todos aprecian su talento, su instrucción y su probidad; pero no dejan de extrañar la aspereza de su carácter.

D. PEDRO: ¿Y por qué? Porque no vengo a predicar al café. Porque no vierto por la noche lo que leí por la mañana. Porque no disputo, ni ostento erudición ridícula, como tres, o cuatro, o diez pedantes que vienen aquí a perder el día y a excitar la admiración de los tontos y la risa de los hombres de juicio. ¿Por eso me llaman áspero y extravagante? Poco me importa. Yo me hallo bien con la opinión que he seguido hasta aquí, de que en un café jamás debe hablar en público el que sea prudente.

D. ANTONIO: ¿Pues qué debe hacer?

D. PEDRO: Tomar café.

D. ANTONIO: ¡Viva! Pero hablando de otra cosa, ¿qué plan tiene usted para esta tarde ?

D. PEDRO: A la comedia.

D. ANTONIO: ¿Supongo que irá usted a ver la pieza nueva?

D. PEDRO: ¿Qué, han mudado? Ya no voy.

D. ANTONIO: ¿Pero, por qué? Vea usted sus rarezas.

(Sale Pipí por la puerta del foro con salvilla copas y frasquillos que dejará sobre el mostrador.)

D. PEDRO: ¿Y usted me pregunta por qué? ¿Hay más que ver la lista de las comedias nuevas que se representan cada año, para inferir los motivos que tendré de no ver la de esta tarde?

D. ELEUTERIO: ¡Hola! Parece que hablan de mi función.

(Escuchando la conversación.)

D. ANTONIO: De suerte que, o es buena, o es mala. Si es buena, se admira y se aplaude; si por el contrario, está llena de sandeces, se ríe uno, se pasa el rato, y tal vez...

D. PEDRO: Tal vez me han dado impulsos de tirar al teatro el sombrero, el bastón y el asiento, si hubiera podido. A mí me irrita lo que a usted le divierte. (Guarda D. Eleuterio papel y tintero y se va acercando hasta ponerse en medio de los dos.) Yo no sé: usted tiene talento, y la instrucción necesaria para no equivocarse en materias de literatura; pero usted es el protector nato de todas las ridiculeces. Al paso que conoce usted y elogia las bellezas de una obra de mérito, no se detiene en dar iguales aplausos a lo más disparatado y absurdo; y con una rociada de pullas, chufletas e ironías, hace usted creer al mayor idiota que es un prodigio de habilidad. Ya se ve, usted dirá que se divierte; pero amigoŠ

D. ANTONIO: Sí, señor, que me divierto. Y por otra parte, ¿no sería cosa cruel ir repartiendo por ahí desengaños amargos a ciertos hombres, cuya felicidad estriba en su propia ignorancia? ¿Ni cómo es posible persuadirles?...

D. ELEUTERIO: No, pues... Con permiso de ustedes. La función de esta tarde es muy bonita, seguramente; bien puede usted ir a verla, que yo le doy mi palabra de que le ha de gustar.

D. ANTONIO: ¿Es éste el autor?

(D. Antonio se levanta y después de la pregunta que hace a Pipí vuelve a hablar con D. Eleuterio.)

PIPÍ: El mismo.

D. ANTONIO: ¿Y de quién es? ¿Se sabe?

D. ELEUTERIO: Señor, es de un sujeto bien nacido, muy aplicado, de buen ingenio, que empieza ahora la carrera cómica; bien que el pobrecillo no tiene protección.

D. PEDRO: Si es ésta la primera pieza que da al teatro, aún no puede quejarse; si ella es buena, agradará necesariamente, y un gobierno ilustrado como el nuestro, que sabe cuanto interesan a una nación los progresos de la literatura, no dejará sin premio a cualquiera hombre de talento, que sobresalga en un género tan difícil.

D. ELEUTERIO: Todo eso va bien; pero lo cierto es que el sujeto tendrá que contentarse con sus quince doblones que le darán los cómicos (si la comedia gusta) y muchas gracias.

D. ANTONIO: ¿Quince? Pues yo creí que eran veinte y cinco.

D. ELEUTERIO: No, señor, ahora en tiempo de calor no se da más. Si fuera por el invierno, entonces...

D. ANTONIO: ¡Calle! ¿Conque en empezando a helar, valen más las comedias? Lo mismo sucede con los besugos.

(D. Antonio se pasea. D. Eleuterio unas veces le dirige la palabra y otras se acerca hacia D. Pedro que no le contesta ni le mira. Vuelve a hablar con D. Antonio parándose o siguiéndole lo cual formará juego de teatro.)

D. ELEUTERIO: Pues, mire usted, aun con ser tan poco lo que dan, el autor se ajustaría de buena gana, para hacer por el precio todas las funciones que necesitase la compañía; pero hay muchas envidias. Unos favorecen a éste, otros a aquél, y es menester una tecla para mantenerse en la gracia de los primeros vocales, queŠ ¡Ya, ya ! Y luego, como son tantos a escribir y cada uno procura despachar su género, entran los empeños, las gratificaciones, las rebajas... Ahora mismo acaba de llegar un estudiante gallego con unas alforjas llenas de piezas manuscritas: comedias, zarzuelas, dramas, melodramas, loas, sainetes... ¿Qué sé yo cuánta ensalada trae allí? Y anda solicitando que los cómicos le compren todo el surtido, y da cada obra a trescientos reales, una con otra. ¡Ya se ve! ¿Quién ha de poder competir con un hombre que trabaja tan barato?

D. ANTONIO: Es verdad, amigo. Ese estudiante gallego hará malísima obra a los autores de la corte.

D. ELEUTERIO: Malísima. Ya ve usted cómo están los comestibles.

D. ANTONIO: Cierto.

D. ELEUTERIO: Lo que cuesta un mal vestido que uno se haga.

D. ANTONIO: En efecto.

D. ELEUTERIO: El cuarto.

D. ANTONIO: ¡Oh! sí, el cuarto. Los caseros son crueles.

D. ELEUTERIO: Y si hay familia.

D. ANTONIO: No hay duda, si hay familia es cosa terrible.

D. ELEUTERIO: Vaya usted a competir con el otro tuno, que con seis cuartos de callos y medio pan tiene el gasto hecho.

D. ANTONIO: ¿Y qué remedio? Ahí no hay más sino arrimar el hombro al trabajo: escribir buenas piezas, darlas muy baratas, que se representen, que aturdan al público, y ver si se puede dar con el gallego en tierra. Bien que la de esta tarde es excelente, y para mí tengo que...

D. ELEUTERIO: ¿La ha leído usted?

D. ANTONIO: No, por cierto.

D. PEDRO: ¿La han impreso?

D. ELEUTERIO: Sí, señor. ¿Pues no se había de imprimir?

D. PEDRO: Mal hecho. Mientras no sufra el examen del público en el teatro, está muy expuesta, y sobre todo, es demasiada confianza en un autor novel.

D. ANTONIO: ¡Qué! No, señor. Si le digo a usted que es cosa muy buena. ¿Y dónde se vende?

D. ELEUTERIO: Se vende en los puestos del Diario, en la librería de Pérez, en la de Izquierdo, en la de Gil, en la de Zurita, y en el puesto de los cobradores a la entrada del coliseo. Se vende también en la tienda de vinos de la calle del Pez, en la del herbolario de la calle Ancha, en la jabonería de la calle del Lobo, en la...

D. PEDRO: ¿Se acabará esta tarde esa relación?

D. ELEUTERIO: Como el señor preguntaba.

D. PEDRO: Pero no preguntaba tanto. ¡Si no hay paciencia!

D. ANTONIO: Pues la he de comprar, no tiene remedio.

PIPÍ: Si yo tuviera dos reales. ¡Voto va!

D. ELEUTERIO: Véala usted aquí.

(Saca una comedia impresa, y se la da a D. Antonio.)

D. ANTONIO: ¡Oiga! es ésta. A ver. Y ha puesto su nombre. Bien, así me gusta: con eso la posteridad no se andará dando de calabazadas por averiguar la gracia del autor. (Lee D. Antonio.) "Por D. ELEUTERIO CRISPíN DE ANDORRA... Salen el emperador Leopoldo, el rey de Polonia y Federico, senescal, vestidos de gala, con acompañamiento de damas y magnates, y una brigada de húsares a caballo." ¡Soberbia entrada! Y dice el emperador:

Ya sabéis, vasallos míos,
Que habrá dos meses y medio
Que el turco puso a Viena
Con sus tropas el asedio,
Y que para resistirle
Unimos nuestros denuedos,
Dando nuestros nobles bríos,
En repetidos encuentros,
Las pruebas mas relevantes
De nuestros invictos pechos.

¡Qué estilo tiene! ¡Cáspita! ¡Qué bien pone la pluma el pícaro!

Bien conozco que la falta
Del necesario alimento
Ha sido tal, que rendidos
De la hambre a los esfuerzos,
Hemos comido ratones,
Sapos y sucios insectos.

D. ANTONIO: Estos insectos sucios serán regularmente arañas, polillas, moscones, correderas...

D. ELEUTERIO: Sí, señor.

D. ANTONIO: ¡Estupendo potaje para un ventorrillo de Cataluña!

D. ELEUTERIO: ¿Qué tal? ¿No le parece a usted bien?

(Hablando a D. Pedro.)

D. PEDRO: ¡Eh! a mí, qué...

D. ELEUTERIO: Me alegro que le guste a usted. Pero no, donde hay un paso muy fuerte es al principio del segundo acto. Búsquele usted... ahí... por ahí ha de estar. Cuando la dama se cae muerta de hambre.

D. ANTONIO: ¿Muerta?

D. ELEUTERIO: Sí, señor, muerta.

D. ANTONIO: ¡Qué situación tan cómica! ¿Y estas exclamaciones que hace aquí, contra quién son?

D. ELEUTERIO: Contra el visir, que la tuvo seis días sin comer, porque ella no quería ser su concubina.

D. ELEUTERIO: ¡Pobrecita! ¡Ya se ve! el visir sería un bruto.

D. ELEUTERIO: Sí, señor.

D. ANTONIO: Hombre arrebatado. ¿Eh?

D. ELEUTERIO: Sí, señor.

D. ANTONIO: Lascivo como un mico, feote de cara, ¿es verdad?

D. ELEUTERIO: Cierto.

D. ANTONIO: Alto, moreno, un poco bizco, grandes bigotes.

D. ELEUTERIO: Sí, señor, sí. Lo mismo me le he figurado yo.

D. ANTONIO: ¡Enorme animal! Pues no, la dama no se muerde la lengua. ¡No es cosa cómo le pone! Oiga usted, D. Pedro.

D.PEDRO: No, por Dios; no lo lea usted.

D. ELEUTERIO: Es que es uno de los pedazos más terribles de la comedia.

D. PEDRO: Con todo eso.

D. ELEUTERIO: Lleno de fuego.

D. PEDRO: Ya.

D. ELEUTERIO: Buena versificación.

D. PEDRO: No importa.

D. ELEUTERIO: Que alborotará en el teatro si la dama lo esfuerza.

D. PEDRO: Hombre, si he dicho ya que...

D. ANTONIO: Pero, a lo menos, el final del acto segundo es menester oírle.

(Lee D. Antonio; y al acabar, da la comedia a D. Eleuterio.)

EMP. Y en tanto que mis recelos... ,
VISIR. Y mientras mis esperanzas...
SENESC. Y hasta que mis enemigos...
EMP. Averiguo,
VISIR. Logre, . . .
SENESC. Caigan, . . .
EMP. Rencores, dadme favor,...
VISIR. No me dejes, tolerancia,...
SENESC. Denuedo, asiste a mi brazo,...
TODOS. Para que admire la patria
El mas generoso ardid
Y la más tremenda hazaña.

D. PEDRO: Vamos, no hay quien pueda sufrir tanto disparate.

(Se levanta impaciente, en ademán de irse.)

D. ELEUTERIO: ¿Disparates los llama usted?

D. PEDRO: ¿Pues no?

(D. Antonio observa a los dos, y se ríe.)

D. ELEUTERIO: ¡Vaya, que es también demasiado! ¡Disparates! Pues no, no los llaman disparates los hombres inteligentes que han leído la comedia. Cierto que me ha chocado. ¡ Disparates ! Y no se ve otra cosa en el teatro todos los días, y siempre gusta, y siempre lo aplauden a rabiar.

D. PEDRO: ¿Y esto se representa en una nación culta?

D. ELEUTERIO: ¡Cuenta que me ha dejado contento la expresión! ¡Disparates!

D. PEDRO: ¿Y esto se imprime, para que los extranjeros se burlen de nosotros ?

D. ELEUTERIO: ¡Llamar disparates a una especie de coro entre el emperador, el visir y el senescal! Yo no sé qué quieren estas gentes. Si hoy día no se puede escribir nada, nada que no se muerda y se censure. ¡Disparates! ¡Cuidado que ! . . .

PlPí: No haga usted caso.

D. ELEUTERIO: (Hablando con Pipí hasta el fin de la escena.) Yo no hago caso; pero me enfada que hablen así. Figúrate tú, si la conclusión puede ser más natural, ni más ingeniosa. El emperador está lleno de miedo por un papel que se ha encontrado en el suelo sin firma ni sobrescrito, en que se trata de matarle. El visir está rabiando por gozar de la hermosura de Margarita, hija del conde de Strambangaum, que es el traidor...

PlPí: ¡Calle! ¡Hay traidor también! ¡Cómo me gustan a mí las comedias en que hay traidor!

D. ELEUTERIO: Pues, como digo: el visir está loco de amores por ella; el senescal, que es hombre de bien si los hay, no las tiene todas consigo, porque sabe que el conde anda tras de quitarle el empleo, y continuamente lleva chismes al emperador contra él; de modo que como cada uno de estos tres personajes está ocupado en su asunto, habla de ello, y no hay cosa más natural.

(Saca la comedia y lee.)

Y en tanto que mis recelos,...
Y mientras mis esperanzas,...
Y hasta que mis...

¡Ah! señor D. Hermógenes, a que buena ocasión llega usted.

(Guarda la comedia, encaminándose a D. Hermógenes, que sale por la puerta del foro.)

COMEDIA NUEVA II