LA COMEDIA NUEVA O EL CAFÉ (II)


ESCENA IV

D. HERMÓGENES, D. ELEUTERIO, D. PEDRO, D. ANTONIO, PIPÍ

D. HERMOGENES: Buenas tardes, señores.

D. PEDRO: A la orden de usted.

(D. Pedro se acerca a la mesa en que está el diario; lee para sí, y a veces presta atención a lo que hablan los demás.)

D. ANTONIO: Felicísimas, amigo D. Hermógenes.

D. ELEUTERIO: Digo, me parece que el señor D. Hermógenes será juez muy abonado para decidir la cuestión que se trata; todo el mundo sabe su instrucción y lo que ha trabajado en los papeles periódicos, las traducciones que ha hecho del francés, sus actos literarios, y sobre todo, la escrupulosidad y el rigor con que censura las obras ajenas. Pues yo quiero que nos diga...

D. HERMOGENES: Usted me confunde con elogios que no merezco, señor D. Eleuterio. Usted solo es acreedor a toda alabanza, por haber llegado en su edad juvenil al pináculo del saber. Su ingenio de usted, el más ameno de nuestros días, su profunda erudición, su delicado gusto en el arte rítmica, su...

D. ELEUTERIO: Vaya, dejemos eso.

D. HERMOGENES: Su docilidad, su moderación...

D. ELEUTERIO: Bien; pero aquí se trata solamente de saber si...

D. HERMOGENES: Estas prendas sí que merecen admiración y encomio.

D. ELEUTERIO: Ya, eso sí pero díganos usted lisa y llanamente si la comedia que hoy se representa es disparatada o no.

D. HERMOGENES: ¿Disparatada? ¿Y quién ha prorrumpido en un aserto tanŠ

D. ELEUTERIO: Eso no hace al caso. Díganos usted lo que le parece, y nada más.

D. HERMOGENES Sí, diré pero antes de todo conviene saber que el poema dramático admite dos géneros de fábula. Sunt autem fabulae, aliae simplices, aliae implexae. Es doctrina de Aristóteles. Pero lo diré en griego para mayor claridad. Eisi de ton mython oi men aploi oi de peplegmenoi. Cai gar ai praxeis...

D. ELEUTERIO: Hombre; pero si..

D. ANTONIO: Yo reviento.

(Siéntase, haciendo esfuerzos para contener la risa.)

D. HERMOGENES: Cai gar ai praxeis on mimeseis oi...

D. ELEUTERI: PerŠ

D. HERMOGENES: Mythoi eisin iparchousin.

D. ELEUTERIO: Pero, si no es eso lo que a usted se le pregunta.

D. HERMÓGENES: Ya estoy en la cuestión. Bien que, para la mejor inteligencia, convendría explicar lo que los criticos entienden por prótasis, epítasis, catástasis, catástrofe, peripecia, agnicion, o anagnórisis: partes necesarias a toda buena comedia, y que según Escalígero, Vossio, Dacier, Marmontel, Castelvetro y Daniel Heinsio...

D. ELEUTERIO: Bien, todo eso es admirable; pero...

D. PEDRO: Este hombre es loco.

D. HERMÓGENES: Si consideramos el origen del teatro, hallaremos que los megareos, los sículos y los atenienses...

D. ELEUTERIO: D. Hermógenes, por amor de Dios, si no...

D. HERMÓGENES: Véanse los dramas griegos, y hallaremos que Anaxippo, Anaxándrides, Eúpolis, Antíphanes, Philípides, Cratino, Crates, Epicrates, Menecrates y Pherecrates...

D. ELEUTERIO: Si le he dicho a usted que...

D. HERMÓGENES: Y los más celebérrimos dramaturgos de la edad pretérita, todos, todos convinieron, nemine discrepante, en que la prótasis debe preceder a la catástrofe necesariamente. Es así que la comedia de El cerco de Viena...

D. PEDRO: Adiós, señores.

(Se encamina hacia la puerta. D. Antonio se levanta y procura detenerle.)

D. ANTONIO: ¿Se va usted, D. Pedro?

D. PEDRO: ¿Pues quién, sino usted, tendrá frescura para oír eso?

D. ANTONIO: Pero si el amigo D. Hermógenes nos va a probar, con la autoridad de Hipócrates y Martín Lutero, que la pieza consabida, lejos de ser un desatino...

D. HERMÓGENES: Ese es mi intento: probar que es un acéfalo incipiente cualquiera que haya dicho que la tal comedia contiene irregularidades absurdas; y yo aseguro que delante de mí ninguno se hubiera atrevido a propalar tal aserción.

D. PEDRO: Pues yo delante de usted la propalo, y le digo que por lo que el señor ha leído de ella, y por ser usted el que la abona, infiero que ha de ser cosa detestable; que su autor será un hombre sin principios ni talento, y que usted es un erudito a la violeta, presumido y fastidioso hasta no más. Adiós, señores. (Hace que se va, y vuelve.)

D. ELEUTERIO: Pues a este caballero le ha parecido muy bien lo que ha visto de ella.

(Señalando a D. Antonio.)

D. PEDRO: A ese caballero le ha parecido muy mal; pero es hombre de buen humor, y gusta de divertirse. A mí me lastima en verdad la suerte de estos escritores que entontecen al vulgo con obras tan desatinadas y monstruosas, dictadas, más que por el ingenio, por la necesidad o la presunción. Yo no conozco al autor de esa comedia, ni sé quién es; pero si ustedes, como parece, son amigos suyos, díganle en caridad que se deje de escribir tales desvaríos; que aún está a tiempo, puesto que es la primera obra que publica; que no le engañe el mal ejemplo de los que deliran a destajo; que siga otra carrera en que, por medio de un trabajo honesto, podrá socorrer sus necesidades y asistir a su familia, si la tiene. Díganle ustedes que el teatro español tiene de sobra autorcillos chanflones que le abastezcan de mamarrachos; que lo que necesita es una reforma fundamental en todas sus partes; y que mientras ésta no se verifique, los buenos ingenios que tiene la nación, o no harán nada, o harán lo que únicamente baste para manifestar que saben escribir con acierto, y que no quieren escribir.

D. HERMOGENES: Bien dice Séneca en su Epístola diez y ocho que...

D. PEDRO: Séneca dice en todas sus Epístolas que usted es un pedantón ridículo a quien yo no puedo aguantar. Adiós, señores.



ESCENA V

D. ANTONIO, D. ELEUTERIO, D. HERMOGENES, PIPÍ

D. HERMÓGENES: Yo pedantón! (Encarándose hacia la puerta por donde se fue D. Pedro. D. Eleuterio se pasea inquieto.) ¡Yo, que he compuesto siete prolusiones grecolatinas sobre los puntos más delicados del derecho!

D. ELEUTERIO: ¡Lo que él entenderá de comedias cuando dice que la conclusión del segundo acto es mala!

D. HERMÓGENES: Él será el pedantón.

D. ELEUTERIO: ¡Hablar así de una pieza que ha de durar lo menos quince días! Y si empieza a llover...

D. HERMÓGENES Yo estoy graduado en leyes, y soy opositor a cátedras, y soy académico, y no he querido ser dómine de Pioz.

D. ANTONIO: Nadie pone duda en el mérito de usted, señor D. Hermógenes, nadie; pero esto ya se acabó, y no es cosa de acalorarse.

D. ELEUTERIO: Pues la comedia ha de gustar, mal que le pese.

D. ANTONIO: Sí, señor, gustará. Voy a ver si le alcanzo y, velis nolis, he de hacer que la vea para castigarle.

D. ELEUTERIO: Buen pensamiento; sí, vaya usted.

D. ANTONIO: En mi vida he visto locos más locos.



ESCENA VI

D. HERMOGENES, D. ELEUTERIO, PIPÍ

D. ELEUTERIO: ¡Llamar detestable a la comedia! ¡Vaya, que estos hombres gastan un lenguaje que da gozo oírle!

D. HERMÓGENES: Aquila non capit muscas, Don Eleuterio. Quiero decir que no haga usted caso. A la sombra del mérito crece la envidia. A mí me sucede lo mismo. Ya ve usted si yo sé algo...

D. ELEUTERIO: ¡Oh!

D. HERMÓGENES: Digo, me parece que (sin vanidad) pocos habrá que...

D. ELEUTERIO: Ninguno. Vamos, tan completo como usted, ninguno.

D. HERMÓGENES: Que reúnan el ingenio a la erudición, la aplicación al gusto, del modo que yo (sin alabarme) he llegado a reunirlos. ¿Eh?

D. ELEUTERIO: Vaya, de eso no hay que hablar; es más claro que el sol que nos alumbra.

D, HERMÓGENES: Pues bien. A pesar de eso, hay quien me llama pedante, y casquivano, y animal cuadrúpedo. Ayer, sin ir más lejos, me lo dijeron en la Puerta del Sol delante de cuarenta o cincuenta personas.

D. ELEUTERIO: ¡ Picardía ! ¿Y usted qué hizo?

D. HERMÓGENES: Lo que debe hacer un gran filósofo. Callé, tomé un polvo, y me fui a oír una misa a la Soledad.

D. ELEUTERIO: Envidia todo, envidia. ¿Vamos arriba?

D. HERMÓGENES: Esto lo digo para que usted se anime, y le aseguro que los aplausos que... Pero, dígame usted, ¿ni siquiera una onza de oro le han querido adelantar a usted a cuenta de los quince doblones de la comedia?

D. ELEUTERIO: Nada, ni un ochavo. Ya sabe usted las dificultades que ha habido para que esa gente la reciba. Por último hemos quedado en que no han de darme nada hasta ver si la pieza gusta o no.

D. HERMÓGENES: ¡Oh! ¡corvas almas! Y precisamente en la ocasión más crítica para mí. Bien dice Tito Livio que cuando...

D. ELEUTERIO: ¿Pues qué hay de nuevo?

D. HERMÓGENES: Ese bruto de mi casero... El hombre más ignorante que conozco. Por año y medio que le debo de alquileres, me pierde el respeto, me amenaza...

D. ELEUTERIO: No hay que afligirse. Mañana o esotro es regular que me den el dinero; pagaremos a ese bribón, y si tiene usted algún pico en la hostelería, también se...

D. HERMÓGENES: Sí, aun hay un piquillo. Cosa corta.

D. ELEUTERIO: Pues bien. Con la impresión, lo menos ganaré cuatro mil reales.

D. HERMÓGENES: Lo menos. Se vende toda seguramente.

(Vase Pipí por la puerta del foro.)

D. ELEUTERIO: Pues con ese dinero saldremos de apuros; se adornará el cuarto nuevo: unas sillas, una cama y algún otro chisme. Se casa usted. Mariquita, como usted sabe, es aplicada, hacendosilla y muy mujer: ustedes estarán en mi casa continuamente. Yo iré dando las otras cuatro comedias, que pegando la de hoy, las recibirán los cómicos con palio. Pillo la moneda, las imprimo, se venden; entretanto ya tendré algunas hechas y otras en el telar: Vaya, no hay que temer. Y sobre todo, usted saldrá colocado de hoy a mañana: una intendencia, una toga, una embajada, ¿qué sé yo? Ello es que el ministro le estima a usted. ¿No es verdad?

D. HERMOGENES: Tres visitas le hago cada día.

D. ELEUTERIO: Sí, apretarle, apretarle. Subamos arriba, que las mujeres ya estarán...

D. HERMOGENES: Diez y siete memoriales le he entregado la semana última.

D. ELEUTERIO: ¿Y qué dice?

D. HERMOGENES: En uno de ellos puse por lema aquel celebérrimo dicho del poeta: Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres.

D. ELEUTERIO: ¿Y qué dijo cuando leyó eso de las tabernas?

D. HERMÓGENES: Que bien; que ya está enterado de mi solicitud.

D. ELEUTERIO: Pues, no le digo a usted. Vamos, eso está conseguido.

D. HERMOGENES: Mucho lo deseo para que a este consorcio apetecido acompañe el episodio de tener qué comer, puesto que sine Cerere et Bacho friget Venus. Y entonces. ¡Oh! entoncesŠ Con un buen empleo y la blanca mano de Mariquita, ninguna otra cosa me queda que apetecer sino que el cielo me conceda numerosa y masculina sucesión.

(Vanse por la puerta del foro.)




ACTO II

ESCENA PRIMERA

DOÑA AGUSTINA, DOÑA MARIQUITA, D. SERAPIO,
D. HERMOGENES, D. ELEUTERIO

(Salen por la puerta del foro.)

D. SERAPIO: El trueque de los puñales, créame usted, es de lo mejor que se ha visto.

D. ELEUTERIO: ¿Y el sueño del emperador?

DOÑA AGUSTINA: ¿Y la oración que hace el visir a sus ídolos?

DOÑA MARIQUITA: Pero a mí me parece que no es regular que el emperador se durmiera, precisamente en la ocasión más...

D. HERMOGENES: Señora, el sueño es natural en el hombre, y no hay dificultad en que un emperador se duerma, porque los vapores húmedos que suben al cerebro...

DOÑA AGUSTINA: ¿Pero usted hace caso de ella? ¡Qué tontería! Si no sabe lo que se dice. ¿Y a todo esto, qué hora tenemos?

D. SERAPIO: Serán. Deje usted. Podrán ser ahora...

D. HERMOGENES: Aquí está mi reloj, que es puntualísimo. Tres y media cabales.

DOÑA AGUSTINA: ¡Oh! pues aun tenemos tiempo. Sentémonos, una vez que no hay gente.

(Siéntanse todos, menos D. Eleuterio.)

D. SERAPIO: ¿Qué gente ha de haber? Si fuera en otro cualquier día... pero hoy todo el mundo va a la comedia.

D OÑ AGUSTINA: Estará lleno, lleno.

D. SERAPIO: Habrá hombre que dará esta tarde dos medallas por un asiento de luneta.

D. ELEUTERIO: Ya se ve, comedia nueva, autor nuevo y...

DOÑA AGUSTINA: Y que ya la habrán leído muchísimos, y sabrán lo que es. Vaya, no cabrá un alfiler; aunque fuera el coliseo siete veces más grande.

D. SERAPIO: Hoy los Chorizos se mueren de frío y de miedo. Ayer noche apostaba yo al marido de la graciosa seis onzas de oro a que no tienen esta tarde en su corral cien reales de entrada.

D. ELEUTERIO: ¿Conque la apuesta se hizo en efecto? ¿Eh?

D. SERAPIO: No llegó el caso, porque yo no tenía en el bolsillo más que dos reales y unos cuartosŠ Pero ¡cómo los hice rabiar! y qué...

D. ELEUTERIO: Soy con ustedes; voy aquí a la librería, y vuelvo.

DOÑA AGUSTINA: ¿A qué?

D. ELEUTERIO: ¿No te lo he dicho? Si encargué que me trajesen ahí la razón de lo que va vendido, para que...

DOÑA AGUSTINA: Sí, es verdad. Vuelve presto.

D. ELEUTERIO: Al instante.



ESCENA II

DOÑA AGUSTINA, DOÑA MARIQUITA, D. SERAPIO,
D. HERMOGENES

DOÑA MARIQUITA: ¡Qué inquietud! ¡qué ir y venir! No para este hombre.

DOÑA AGUSTINA: Todo se necesita, hija; y si no fuera por su buena diligencia, y lo que él ha minado y revuelto, se hubiera quedado con su comedia escrita y su trabajo perdido.

DOÑA MARIQUITA: ¿Y quién sabe lo que sucederá todavía, hermana? Lo cierto es que yo estoy en brasas; porque, vaya, si la silban, yo no sé lo que será de mí.

D. HERMOGENES: ¿Pero por qué la han de silbar, ignorante? ¡Qué tonta eres, y qué falta de comprensión!

DOÑA MARIQUITA: Pues, siempre me está usted diciendo eso. (Sale Pipi por la puerta del foro con platos, botellas, etc. Lo deja todo en el mostrador, y vuelve a irse por la misma parte.) Vaya que algunas veces me... ¡Ay, D. Hermógenes! no sabe usted qué ganas tengo de ver estas cosas concluidas, y poderme ir a comerme un pedazo de pan con quietud a mi casa sin tener que sufrir sinrazones.

D. HERMOGENES: No el pedazo de pan, sino ese hermoso pedazo de cielo, me tiene a mí impaciente hasta que se verifique el suspirado consorcio.

DOÑA MARIQUITA: ¡Suspirado, sí, suspirado! Quién le creyera a usted.

D. HERMOGENES: ¿Pues quién ama tan de veras como yo cuando ni Píramo, ni Marco Antonio, ni los Tolomeos Egipcios, ni todos los Seleúcidas de Asiria sintieron jamás un amor comparable al mío?

DOÑA AGUSTINA: ¡Discreta hipérbole! Viva, viva. Respóndele, bruto.

DOÑA MARIQUITA: ¿Qué he de responder, señora, si no le he entendido una palabra?

DOÑA AGUSTINA: ¡Me desespera!

DOÑA MARIQUITA: Pues digo bien. ¿Qué sé yo quién son esas gentes de quien está hablando? Mire usted, para decirme: Mariquita, yo estoy deseando que nos casemos. Así que su hermano de usted coja esos cuartos, verá usted como todo se dispone; porque la quiero a usted mucho, y es usted muy guapa muchacha, y tiene usted unos ojos muy peregrinos, y... ¿Qué sé yo? Así. Las cosas que dicen los hombres.

DOÑA AGUSTINA: Sí, los hombres ignorantes, que no tienen crianza ni talento, ni saben latín.

DOÑA MARIQUITA: ¡Pues, latín! Maldito sea su latín. Cuando le pregunto cualquiera friolera, casi siempre me responde en latín, y para decir que se quiere casar conmigo, me cita tantos autores... Mire usted qué entenderán los autores de eso, ni qué les importará a ellos que nosotros nos casemos o no.

DOÑA AGUSTINA: ¡Qué ignorancia! Vaya, D. Hermógenes, lo que le he dicho a usted. Es menester que usted se dedique a instruirla y descortezarla; porque, la verdad, esa estupidez me avergüenza. Yo, bien sabe Dios que no he podido más; ya se ve, ocupada continuamente en ayudar a mi marido en sus obras, en corregírselas (como usted habrá visto muchas veces), en sugerirle ideas a fin de que salgan con la debida perfección, no he tenido tiempo para emprender su enseñanza. Por otra parte, es increíble lo que aquellas criaturas me molestan. El uno que llora, el otro que quiere mamar, el otro que rompió la taza, el otro que se cayó de la silla, me tienen continuamente afanada. Vaya, yo lo he dicho mil veces, para las mujeres instruidas es un tormento la fecundidad.

DOÑA MARIQUITA: ¡Tormento! ¡Vaya, hermana, que usted es singular en todas sus cosas ! Pues yo si me caso, bien sabe Dios queŠ

DOÑA AGUSTINA: Calla, majadera, que vas a decir un disparate.

D. HERMOGENES: Yo la instruiré en las ciencias abstractas; la enseñaré la prosodia; haré que copie a ratos perdidos el Arte magna de Raimundo Lulio, y que me recite de memoria todos los martes dos o tres hojas del diccionario de Rubiños. Después aprenderá los logaritmos y algo de la estática; después...

DOÑA MARIQUITA: Después me dará un tabardillo pintado, y me llevará Dios. ¡Se habrá visto tal empeño! No, señor; si soy ignorante, buen provecho me haga. Yo sé escribir y ajustar una cuenta, sé guisar, sé planchar, sé coser, sé zurcir, sé bordar, sé cuidar de una casa; yo cuidaré de la mía, y de mi marido, y de mis hijos, y yo me los criaré. Pues, señor, ¿no sé bastante? Que por fuerza he de ser doctora y marisabidilla, y que he de hacer coplas. ¿para qué? ¿Para perder el juicio? Que permita Dios si no me parece casa de locos la nuestra, desde que mi hermano ha dado en esas manías. Siempre disputando marido y mujer sobre si la escena es larga o corta, siempre contando las letras por los dedos para saber si los versos están cabales o no, si el lance a obscuras ha de estar antes de la batalla o después del veneno, y manoseando continuamente gacetas y mercurios para buscar nombres bien extravagantes, que casi todos acaban en of y en graf, para embutir con ellos sus relaciones... Y entretanto, ni se barre el cuarto, ni la ropa se lava, ni las medias se cosen; y lo que es peor, ni se come ni se cena. ¿Qué le parece a usted que comimos el domingo pasado, D. Serapio?

D. SERAPIO: Yo, señora, ¿cómo quiere usted que...?

DOÑA MARIQUITA: Pues lléveme Dios, si todo el banquete no se redujo a libra y media de pepinos, bien amarillos y bien gordos, que compré a la puerta, y un pedazo de rosca que sobró del día anterior. Y éramos seis bocas a comer, que el más desganado se hubiera engullido un cabrito y media hornada sin levantarse del asiento.

DOÑA AGUSTINA: Ésta es su canción. Siempre quejándose de que no come, y trabaja mucho. Menos como yo, y más trabajo en un rato que me ponga a corregir alguna escena, o arreglar la ilusión de una catástrofe, que tú cosiendo y fregando, u ocupada en otros ministerios viles y mecánicos.

D. HERMOGENES: Sí, Mariquita, sí en eso tiene razón mi señora Doña Agustina. Hay gran diferencia de un trabajo a otro, y los experimentos cotidianos nos enseñan que toda mujer que es literata y sabe hacer versos, ipso facto se halla exonerada de las obligaciones domésticas. Yo lo probé en una disertación que leí a la Academia de los Cinocéfalos. Allí sostuve que los versos se confeccionan con la glándula pineal, y los calzoncillos con los tres dedos llamados pollex, index e infamis; que es decir, que para lo primero se necesita toda la argucia del ingenio, cuando para lo segundo basta sólo la costumbre de la mano. Y concluí, a satisfacción de todo mi auditorio, que es más difícil hacer un soneto que pegar un hombrillo, y que más elogio merece la mujer que sepa componer décimas y redondillas que la que sólo es buena para hacer un pisto con tomate, un ajo de pollo, o un carnero verde.

DOÑA MARIQUITA: Aún por eso en mi casa no se gastan pistos, ni carneros verdes, ni pollos, ni ajos. Ya se ve: en comiendo versos, no se necesita cocina.

D. HERMOGENES: Bien está, sea lo que usted quiera, ídolo mío; pero si hasta ahora se ha padecido alguna estrechez (angustam pauperiem que dijo el profano), de hoy en adelante será otra cosa.

DOÑA MARIQUITA: ¿Y qué dice el profano? ¿que no silbarán esta tarde la comedia?

D. HERMOGENES: No, señora, la aplaudirán.

D. SERAPIO: Durará un mes, y los cómicos se cansarán de representarla.

DOÑA MARIQUITA: No, pues no decían eso ayer los que encontramos en la botillería. ¿Se acuerda usted, hermana? Y aquél más alto, a fe que no se mordía la lengua.

D. SERAPIO: ¿Alto? ¿uno alto, eh? Ya le conozco. (Levántase.) ¡Picarón, vicioso ! Uno de capa. que tiene un chirlo en las narices. ¡Bribón! Ése es un oficial de guarnicionero, muy apasionado de la otra compañía. ¡Alborotador! que él fue el que tuvo la culpa de que silbaran la comedia de El monstruo más espantable del ponto de Calidonia, que la hizo un sastre, pariente de un vecino mío; pero yo le aseguro al...

DOÑA MARIQUITA: ¿Qué tonterías está usted ahí diciendo? Si no es ése de quien yo hablo.

D. SERAPIO: Sí, uno alto, mala traza, con una señal que le coge...

DOÑA MARIQUITA: Si no es ése.

D. SERAPIO: ¡Mayor gatallón! ¡Y qué mala vida dio a su mujer! ¡Pobrecita! Lo mismo la trataba que a un perro.

DOÑA MARIQUITA: Pero si no es ése, dale. ¿A qué viene cansarse? Éste era un caballero muy decente, que no tiene ni capa, ni chirlo, ni se parece en nada al que usted nos pinta.

D. SERAPIO: Ya, pero voy al decir. ¡Unas ganas tengo de pillar al tal guarnicionero! No irá esta tarde al patio, que si fuera... ¡eh!... Pero el otro día, qué cosas le dijimos allí en la plazuela de San Juan. Empeñado en que la otra compañía es la mejor, y que no hay quien la tosa. ¿Y saben ustedes (Vuelve a sentarse.) por qué es todo ello? Porque los domingos por la noche se van él y otros de su pelo a casa de la Ramírez, y allí se están retozando en el recibimiento con la criada; después les saca un poco de queso, o unos pimientos en vinagre, o así y luego se van a palmotear como desesperados a las barandillas y al degolladero. Pero no hay remedio; ya estamos prevenidos los apasionados de acá, y a la primera comedia que echen en el otro corral, zas, sin remisi6n, a silbidos se ha de hundir la casa. A ver...

DOÑA MARIQUITA: ¿Y si ellos nos ganasen por la mano, y hacen con la de hoy otro tanto?

DOÑA AGUSTINA: Sí, te parecerá que tu hermano es lerdo y que ha trabajado poco estos días para que no le suceda un chasco. Él se ha hecho ya amigo de los principales apasionados del otro corral; ha estado con ellos; les ha recomendado la comedia, y les ha prometido que la primera que componga será para su compañía. Además de eso, la dama de allá le quiere mucho; él va todos los días a su casa a ver si se la ofrece algo, y cualquiera cosa que allí ocurre, nadie la hace sino mi marido. D. Eleuterio, tráigame usted un par de libras de manteca. D. Eleuterio, eche usted un poco de alpiste a ese canario. D. Eleuterio, dé usted una vuelta por la cocina y vea usted si empieza a espumar aquel puchero; y él, ya se ve, lo hace todo con una prontitud y un agrado, que no hay más que pedir; porque en fin el que necesita, es preciso que... Y por otra parte, como él, bendito sea Dios, tiene tal gracia para cualquier cosa, y es tan servicial con todo el mundo. ¡Qué silbar! No, hija, no hay que temer; a buenas aldabas se ha agarrado él para que le silben.

D. HERMOGENES: Y sobre todo, el sobresaliente mérito del drama bastaría a imponer taciturnidad y admiración a la turba más desenfrenada e insipiente.

DOÑA AGUSTINA: Pues ya se ve. Figúrese usted una comedia heroica como ésta, con más de nueve lances que tiene. Un desafío a caballo por el patio, tres batallas, dos tempestades, un entierro, una función de máscara, un incendio de ciudad, un puente roto, dos ejercicios de fuego y un ajusticiado; figúrese usted si esto ha de gustar precisamente.

D. SERAPIO: ¡Toma, si gustará!

D. HERMOGENES: Aturdirá.

D SERAPIO: Se despoblará Madrid por ir a verla.

DOÑA MARIQUITA: Y a mí me parece que unas comedias así debían representarse en la Plaza de los Toros.

COMEDIA NUEVA III