Aquí comienza el libro que es titulado del Conde Lucanor.
Este libro hizo don Juan, hijo del muy noble infante don Manuel, deseando que los hombres hiciesen en este mundo tales obras que les fuesen aprovechamiento de las honras y de las haciendas y de sus estados, y fuesen más allegados a la carrera en la cual pudiesen salvar las almas. Y puso en él los ejemplos más provechosos que él supo de las cosas que acaecieron, para que los hombres puedan hacer esto que dicho es. Y será maravilla si de cualquier cosa que acaezca a cualquier hombre no se halla en este libro su semejanza en lo que acaeció a otro.
Y porque don Juan vio y sabe que en los libros acontecen muchos yerros al copiarlos, porque las letras se semejan unas a otras, cuidando que una letra es otra al transcribirlos, múdase toda la razón y por ventura confúndese; y los que después hallan aquello escrito, echan la culpa al que hizo el libro. Y porque don Juan se receló de esto, ruega a los que lean cualquier libro que sea copia del que él compuso, o de los libros que él hizo, que si hallan alguna palabra mal puesta, que no le echen la culpa a él hasta que vean el libro mismo que don Juan hizo y que está enmendado en muchos lugares de su letra.
Y los libros que él hizo son éstos, los cuales él ha hecho hasta aquí: La crónica abreviada, El libro de los sabios, El libro de la caballería, El libro del infante, El libro del caballero y del escudero, El libro del conde, El libro de la caza, El libro de las máquinas de guerra, El libro de los cantares. Y estos libros están en el monasterio de los frailes predicadores, que él hizo en Peñafiel. Pero, una vez que hayan visto los libros que él hizo, por las menguas que en ellos hallen, no echen la culpa a la su intención, sino échenla a la mengua de su entendimiento, por la cual se atrevió a entremeterse a hablar de tales cosas. Pero Dios sabe que lo hizo con la intención de que se aprovechasen de lo que él diría a las gentes que no fuesen muy letradas ni muy sabedoras. Y por ende hizo todos los sus elogios en romance; y esto es señal cierta de que los hizo para los legos y de no muy gran saber.
Y de aquí adelante comienza el prólogo del Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio.
En el nombre de Dios. Amén.
Entre las muchas cosas extrañas que nuestro señor Dios hizo, tuvo por bien hacer una muy maravillosa; ésta es: de cuantos hombres en el mundo son, no hay uno que del todo se semeje a otro en la cara; porque, comoquiera que todos los hombres tienen esas mismas cosas en la cara, tanto los unos como los otros, sin embargo, las caras en sí mismas no se semejan las unas a las otras. Y pues en las caras que son tan pequeñas cosas, hay en ellas tan gran diferencia, menor maravilla es que haya diferencia en las voluntades y en las intenciones de los hombres. Y así hallaréis que ningún hombre se semeja del todo en la voluntad ni en la intención a otro. Y os daré algunos ejemplos para que lo entendáis mejor.
Todos los que quieren y desean servir a Dios, todos quieren una misma cosa, pero no lo sirven todos de una manera, que unos le sirven de una manera y otros de otra. Otrosí, los que sirven a los señores, todos los sirven, mas no los sirven todos de una manera. Y los que labran y crían, y juegan y cazan, y hacen todas las otras cosas, todos las hacen, mas no las entienden ni las hacen todos de una manera. Y así, por este ejemplo y por otros que serían muy largos de decir, podéis entender que, comoquiera que los hombres todos sean hombres y todos tengan voluntades e intenciones, que como tan poco se semejan en las caras, tan poco se semejan en las intenciones y en las voluntades; pero todos se semejan en tanto que todos usan y quieren y aprenden mejor aquellas cosas de que más se pagan, que las otras. Y porque cada hombre aprende mejor aquello de que más se paga, por ende el que alguna cosa quiere mostrar, débela mostrar de la manera que entienda que será más pagado el que la ha de aprender. Y porque a muchos hombres las cosas sutiles no les caben en los entendimientos, porque no las entienden bien no toman placer en leer aquellos libros ni aprender lo que está escrito en ellos. Y porque no toman placer en ello, no lo pueden aprender ni saber, tal como les cumplía. Por ende, yo, don Juan, hijo del infante don Manuel, adelantado mayor de la frontera y del reino de Murcia, hice este libro compuesto con las más hermosas palabras que yo pude, y entre las palabras metí algunos ejemplos de que se podrían aprovechar los que los oigan. Y esto hice según la manera como hacen los médicos, quienes, cuando quieren hacer alguna medicina que aproveche al hígado, porque por su naturaleza el hígado se paga de las cosas dulces, mezclan con aquella medicina con que quieren curar el hígado, azúcar o miel o alguna cosa dulce; y por el gusto que el hígado tiene de la cosa dulce, al atraerla a sí, lleva con ella la medicina que le ha de aprovechar. Y eso mismo hacen a cualquier miembro que tenga necesidad de alguna medicina, que siempre la dan con alguna cosa que por su naturaleza aquel miembro la haya de atraer a sí. Y a esta semejanza, con la merced de Dios, será hecho este libro; y los que lo lean, si por su voluntad toman placer de las cosas provechosas que allí hallen, será bien; y aun los que tan bien no lo entiendan, no podrán evitar que, leyendo el libro, por las palabras halagüeñas y elegantes que en él hallarán, no hayan de leer las cosas provechosas que están allí mezcladas; y aunque ellos no lo deseen, se han de aprovechar de ellas, así como el hígado y los otros miembros dichos se aprovechan de las medicinas que están mezcladas con las cosas de que ellos se pagan. Y Dios que es perfecto y perfeccionador de todos los bienes hechos, por la su merced y por la su piedad, quiera que los que este libro lean, que se aprovechen de él a servicio de Dios y para salvación de sus almas y provecho de sus cuerpos; así como él sabe que yo, don Juan, lo digo con esta intención. Y lo que allí hallen que no está bien dicho, no echen la culpa a la mi intención, mas échenla a la mengua del mi entendimiento. Y si alguna cosa hallan bien dicha y provechosa, agradézcanselo a Dios, pues él es aquel por quien todos los buenos dichos y hechos se dicen y se hacen.
Y pues el prólogo está acabado, de aquí adelante comenzaré la materia del libro, a manera de un gran señor que hablaba con su consejero. Y decían al señor, conde Lucanor, y al consejero, Patronio.
DE LO QUE ACONTECIÓ AL REY CON UN SU PRIVADO
Acaeció una vez que el conde Lucanor estaba hablando en secreto con Patronio, su consejero, y le dijo:
Patronio, a mí me acaeció que un gran hombre y muy honrado y muy poderoso y que da a entender que es algo mi amigo, me dijo pocos días ha, en muy gran secreto, que por algunas cosas que le habían acaecido, que era su voluntad partirse de esta tierra y no tornar a ella de ninguna manera; y por el amor y la gran confianza que en mí tenía, que me quería dejar toda su tierra: lo uno vendido y lo otro encomendado. Y pues esto quiere, paréceme muy gran honra y gran aprovechamiento para mí. Y vos decidme y aconsejadme lo que os parece en este hecho.
Señor conde Lucanordijo Patronio, bien entiendo que el mi consejo no os hace gran mengua, pero pues vuestra voluntad es que os diga lo que en esto entiendo, y os aconseje sobre ello, lo haré luego. Primeramente, os digo que esto que aquel que cuidáis que es vuestro amigo os dijo, que no lo hizo sino para probaros. Y parece que os aconteció con él como aconteció a un rey con un su privado.
El conde Lucanor le rogó que le dijese cómo había sido aquello.
Señordijo Patronio, un rey hubo que tenía un privado en quien se fiaba mucho. Y porque no puede ser que los hombres que alguna bienandanza tienen, que algunos otros no tengan envidia de ellos, por la privanza y bienandanza que aquel su privado tenía, otros privados de aquel rey tenían muy gran envidia y se esforzaban en buscarle mal con el rey, su señor. Y comoquiera que muchas razones le dijeron, nunca pudieron arreglar con el rey que le hiciese ningún mal, ni aun que tomase sospecha o duda de él ni de su servicio. Y desde que vieron que por otra manera no podían acabar lo que querían hacer, le hicieron entender al rey que aquel su privado que se esforzaba en disponer las cosas para que él muriese; y que un hijo pequeño que el rey tenía, que quedase en su poder; y desde que él hubiese apoderado de la tierra, que arreglaría cómo muriese el mozo y que quedaría él como señor de la tierra. Y comoquiera que hasta entonces no habían podido poner en ninguna duda al rey contra aquel su privado, desde que esto le dijeron, no pudo sufrir el corazón que no tomase de él recelo. Porque en las cosas en que hay tan gran mal, que no se pueden remediar si se hacen, ningún hombre cuerdo debe esperar de ello la prueba. Y por ende, desde que el rey fue caído en esta duda y sospecha, estaba con gran recelo, pero no se quiso mover a ninguna cosa contra aquel su privado, hasta que de esto supiese alguna verdad.
Y aquellos otros que buscaban mal a aquel su privado le dijeron una manera muy engañosa cómo podría probar que era verdad aquello que ellos decían, e informaron bien al rey sobre una manera engañosa, según adelante oiréis, cómo hablase con aquel su privado. Y el rey puso en su corazón hacerlo e hízolo.
Y estando, al cabo de algunos días, el rey hablando con aquel su privado, entre muchos otros asuntos de que hablaron, le comenzó un poco a dar a entender que se despagaba mucho de la vida de este mundo y que le parecía que todo era vanidad. Y entonces no le dijo más. Y después, al cabo de algunos días, hablando otra vez solos con aquel su privado, dándole a entender que sobre otro asunto comenzaba aquella charla, tornóle a decir que cada día se pagaba menos de la vida de este mundo y de las costumbres que en él veía. Y esta razón le dijo tantos días y tantas veces hasta que el privado entendió que el rey no tomaba ningún placer en las honras, ni en las riquezas, ni en ninguna cosa de los bienes ni de los placeres que en este mundo había. Y desde que el rey entendió que aquel su privado había comprendido bien aquella intención suya, díjole un día que había pensado en dejar el mundo e irse desterrado a tierra en donde no fuese conocido, y buscar algún lugar extraño y muy apartado en el cual hiciese penitencia de sus pecados. Y que, de aquella manera, pensaba que tendría Dios merced de él y que podría obtener la su gracia por la cual ganase la gloria del Paraíso.
Cuando el privado del rey esto le oyó decir, se lo afeó mucho diciéndole muchas razones por las cuales no lo debía hacer. Y entre otras razones le dijo que si esto hiciese, que haría muy gran deservicio a Dios en dejar tantas gentes como tenía en el su reino que tenía él bien mantenidas en paz y en justicia, y que estaba seguro de que luego que de allí se partiese, que habría entre ellos muy gran bullicio y muy grandes contiendas de las cuales tomaría Dios muy gran deservicio y la tierra muy gran daño, y aun cuando por todo esto no lo dejase, que lo debía dejar por la reina, su mujer, y por su hijo muy pequeñuelo que dejaba: que estaba seguro de que estarían en muy gran riesgo tanto de los cuerpos como de la hacienda.
Y a esto respondió el rey que antes que él decidiese de todos modos partirse de aquella tierra, había pensado él la manera cómo dejaría a recaudo su tierra para que su mujer y su hijo fuesen servidos y toda su tierra guardada; y que la manera era ésta: que bien sabía el privado que el rey le había criado y le había hecho mucho bien y que le había hallado siempre leal y que le había servido muy bien y muy derechamente; y que por estas razones fiaba en él más que en otro hombre del mundo, y que tenía por bien dejar a la mujer y al hijo en su poder, y entregarle y apoderarle de todas las fortalezas y lugares del reino para que ninguno pudiese hacer ninguna cosa que fuese en deservicio de su hijo; y si el rey tornase después de algún tiempo, que estaba cierto de que hallaría bien cuidado todo lo que dejase en su poder; y si por ventura muriese, que estaba cierto de que serviría muy bien a la reina, su mujer, y de que criaría muy bien a su hijo, y que le tendría muy bien guardado el su reino hasta que tuviese edad y lo pudiese muy bien gobernar; y así. de esta manera, tenía que dejaba a recaudo toda su hacienda.
Cuando el privado oyó decir al rey que quería dejar en su poder el reino y el hijo, comoquiera que no lo dio a entender plúgole mucho de corazón, entendiendo que pues todo quedaba en su poder, que podría obrar en ello como quisiese.
Este privado tenía en su casa un su cautivo que era hombre muy sabio y muy gran filósofo. Y todas las cosas que aquel privado del rey había de hacer, y los consejos que le había de dar, todo lo hacía por consejo de aquel su cautivo que tenía en casa.
Y luego que el privado se partió del rey, se fue donde su cautivo y contóle todo lo que le había acontecido con el rey, dándole a entender, con muy gran placer y muy gran alegría, cuán de buena ventura era, pues el rey le quería dejar todo el reino y a su hijo en su poder.
Cuando el filósofo, que estaba cautivo, oyó decir a su señor todo lo que había pasado con el rey, y cómo el rey había entendido que él quería tomar bajo su poder a su hijo y el reino, entendió que era caído en un gran yerro y comenzóle a denostar muy fuertemente y díjole que estuviese seguro de que estaba en muy gran peligro para el cuerpo y para toda su hacienda: porque todo aquello que el rey le había dicho, no había sido porque el rey tuviese voluntad de hacerlo, sino que algunos que le querían mal habían convenido con el rey que le dijese aquellas razones para probarle; y pues había entendido el rey que le placía, que estuviese seguro de que tenía el cuerpo y su hacienda en muy gran peligro.
Cuando el privado del rey oyó aquellas razones estuvo en muy gran cuita porque entendió verdaderamente que todo era así como aquel su cautivo le había dicho. Y desde que aquel sabio que tenía en su casa le vio en tan gran cuita, aconsejóle que optase una manera por la cual podría escapar de aquel peligro en que estaba.
Y la manera fue ésta: luego, aquella noche hízose raer la cabeza y la barba, y buscó una vestidura muy mala y toda despedazada, tal cual la suelen traer estos hombres que andan pidiendo las limosnas andando en sus romerías, y un bordón y unos zapatos rotos y bien herrados. Y metió entre las costuras de aquellos pedazos de su vestidura una gran cuantía de doblas. Y antes de que amaneciese fuese para la puerta del rey, y dijo a un portero que allí halló que dijese al rey que se levantase para que se pudiesen ir antes de que la gente despertase, porque él allí estaba esperando, y mandóle que lo dijese al rey en gran secreto. Y el portero quedó muy maravillado cuando le vio venir de tal manera, y entró donde el rey y díjoselo así como aquel su privado le había mandado. De esto se maravilló mucho el rey, y mandó que le dejase entrar.
Desde que lo vio como venía, preguntóle por qué había hecho aquello. El privado le dijo que bien sabía cómo le había dicho que se quería ir desterrado, y pues él así lo quería hacer, que nunca quisiese Dios que él desconociese cuánto bien le había hecho; y que así como de la honra y del bien que el rey había tenido había tomado muy gran parte, que así era muy gran razón que de la laceria y del destierro que el rey quería tomar, que él igualmente tomase su parte. Y que pues el rey no se dolía de su mujer y de su hijo y del reino y de lo que acá dejaba, que no era razón que se doliese él de lo suyo: y que iría con él y que le serviría de manera que ningún hombre lo pudiese saber; y que aun llevaba para él tanto haber metido en aquella vestidura que abundaría asaz para toda su vida, y que pues de irse habían, que se fuesen antes de que pudiesen ser conocidos.
Cuando el rey entendió todas aquellas cosas que aquel su privado le decía, tuvo que se lo decía todo con lealtad y agradecióselo mucho, y contóle toda la manera cómo había de ser engañado y que todo aquello lo había hecho el rey para probarlo. Y así, habría aquel privado de ser engañado por mala codicia, y quísole Dios guardar, y fue guardado por el consejo del sabio que tenía cautivo en su casa.
Y vos, señor conde Lucanor, es menester que os guardéis, no seáis engañado por éste que tenéis por amigo; porque seguro estad que esto que os dijo que no lo hizo sino para probar qué es lo que tenía en vos. Y conviene que de tal manera habléis con él, que entienda que queréis todo su pro y su honra, y que no tenéis codicia de ninguna cosa de lo suyo; porque si el hombre estas dos cosas no guarda a su amigo, no puede durar entre ellos el amor largamente. El conde se tuvo por bien aconsejado con el consejo de Patronio, su consejero, e hízolo como él le había aconsejado y se halló en ello bien.
Y entendiendo don Juan que estos ejemplos eran muy buenos, los hizo escribir en este libro, e hizo estos versos en que se pone la sentencia de los ejemplos. Y los versos dicen así:
No os engañéis ni creáis que, como donado,
hace ningún hombre por otro su daño de grado.
Y otros dicen así:
Por la piedad de Dios y por el buen consejo
sale el hombre de cuita y cumple su deseo.
DE LO QUE ACONTECIÓ A DOS HOMBRES
QUE FUERON MUY RICOS
Patronio, bien reconozco a Dios que me ha hecho muchas mercedes, más de lo que yo le podría servir, y en todas las otras cosas entiendo que está la mi hacienda asaz con bien y con honra. Pero algunas veces me acontece estar tan apremiado por la pobreza que me parece que querría tanto la muerte como la vida. Y ruégoos que algún consuelo me deis para esto.
Señor condedijo Patronio, para que os consoléis cuando tal cosa os acaezca, sería muy bien que supieseis lo que acaeció a dos hombres que fueron muy ricos.
El conde le rogó que le dijese cómo había sido aquello.
Señor conde Lucanordijo Patronio, de estos dos hombres, el uno de ellos llegó a tan gran pobreza que no le quedó en el mundo cosa que pudiese comer. Y desde que hizo mucho por buscar alguna cosa que comiese no pudo haber otra cosa sino una escudilla de altramuces. Y acordándose de cuán rico solía ser y que ahora con hambre y con mengua había de comer los altramuces que son tan amargos y de tan mal sabor comenzó a llorar muy fieramente; pero con la gran hambre comenzó a comer los altramuces, y en comiéndolos estaba llorando y echaba las cortezas de los altramuces en pos de sí. Y él, estando en este pesar y en esta cuita, sintió que estaba otro hombre en pos de él y volvió la cabeza y vio a un hombre cerca de él, que estaba comiendo las cortezas de los altramuces que él echaba en pos de sí y era aquél de quien os hablé arriba.
Y cuando aquello vio el que comía los altramuces, preguntó a aquel que comía las cortezas que por qué hacía aquello. Y él dijo que supiese que había sido mucho más rico que él, y que ahora había llegado a tan gran pobreza y a tan gran hambre que le placía mucho cuando hallaba aquellas cortezas que él dejaba. Y cuando esto vio el que comía los altramuces, consolóse, pues entendió que otro había más pobre que él y que había menos razón por la que lo debía ser. Y con este consuelo, esforzóse y ayudóle Dios y buscó manera cómo saliese de aquella pobreza, y salió de ella y fue muy bienandante.
Y vos, señor conde Lucanor, debéis saber que el mundo es tal, y además, que nuestro Señor Dios lo tiene por bien, que ningún hombre haya cumplidamente todas las cosas. Mas, pues en todo lo otro os hace Dios merced y estáis con bien y con honra si alguna vez os menguan dineros y estáis en algún apremio, no desmayéis por ello, y creed por cierto que otros más honrados y más ricos que vos están tan apremiados, que se tendrían por pagados si pudiesen dar a sus gentes. y les diesen, aun mucho menos de cuanto vos les dais a las vuestras.
Al conde plugo mucho esto que Patronio dijo, y consolóse y ayudóse a sí mismo y ayudóle Dios, y salió muy bien de aquel apuro en que estaba.
Y entendiendo don Juan que este ejemplo era muy bueno, hízolo poner en este libro e hizo estos versos que dicen así:
Por pobreza nunca desmayéis,
pues otros más pobres que vos veis.
DE LO QUE ACONTECIÓ A UN DEÁN DE SANTIAGO
CON DON ILLÁN
EL GRAN MAESTRO QUE MORABA EN TOLEDO
Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y contábale sus asuntos de esta guisa:
Patronio, un hombre vino a rogarme que le ayudase en un hecho en que había menester mi ayuda, y prometióme que haría por mí todas las cosas que fuesen mi pro y mi honra. Y yo comencéle a ayudar cuanto pude en aquel hecho. Y antes de que el negocio fuese acabado, creyendo él que ya el negocio suyo estaba resuelto, acaeció una cosa en que cumplía que él la hiciese por mí, y roguéle que la hiciese y él púsome excusa. Y después acaeció otra cosa que él hubiese podido hacer por mí, y púsome otrosí excusa: y esto me hizo en todo lo que yo le rogué que hiciese por mí. Y aquel hecho por el que él me rogó, no está aún resuelto, ni se resolverá si yo no quiero. Y por la confianza que yo he en vos y en el vuestro entendimiento, ruégoos que me aconsejéis lo que haga en esto.
Señor condedijo Patronio, para que vos hagais en esto lo que vos debéis, mucho querría que supieseis lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro que moraba en Toledo.
Y el conde le preguntó cómo había sido aquello.
Señor condedijo Patronio, en Santiago había un deán que había muy gran talante de saber el arte de la nigromancia, y oyó decir que don Illán de Toledo sabía de ello más que ninguno que viviese en aquella sazón. Y por ello vínose para Toledo para aprender aquella ciencia. Y el día que llegó a Toledo, enderezó luego a casa de don Illán y hallólo que estaba leyendo en una cámara muy apartada; y luego que llegó a él, recibiólo muy bien y díjole que no quería que le dijese ninguna cosa de aquello por lo que venía hasta que hubiesen comido. Y cuidó muy bien de él e hízole dar muy buena posada, y todo lo que hubo menester y diole a entender que le placía mucho con su venida.
Y después que hubieron comido, apartóse con él y contóle la razón por la que allí había venido, y rogóle muy apremiadamente que le mostrase aquella ciencia, que él había muy gran talante de aprenderla. Y don Illán díjole que él era deán y hombre de gran rango y que podría llegar a gran estado y los hombres que gran estado tienen, desde que todo lo suyo han resuelto a su voluntad, olvidan muy deprisa lo que otro ha hecho por ellos: y él, que recelaba que desde que él hubiese aprendido de él aquello que el quería saber, que no le haría tanto bien como él le prometía. Y el deán le prometió y le aseguró que de cualquier bien que él tuviese, que nunca haría sino lo que él mandase.
Y en estas hablas estuvieron desde que hubieron yantado hasta que fue hora de cena. De que su pleito fue bien asosegado entre ellos, dijo don Illán al deán que aquella ciencia no se podía aprender sino en lugar muy apartado y que luego, esa noche, le quería mostrar dó habían de estar hasta que hubiese aprendido aquello que él quería saber. Y tomóle por la mano y llevóle a una cámara. Y, en apartándose de la otra gente, llamó a una manceba de su casa y díjole que tuviese perdices para que cenasen esa noche, mas que no las pusiese a asar hasta que él se lo mandase.
Y desde que esto hubo dicho llamó al deán; y entraron ambos por una escalera de piedra muy bien labrada y fueron descendiendo por ella muy gran rato de guisa que parecía que estaban tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos. Y desde que estuvieron al final de la escalera, hallaron una posada muy buena, y una cámara muy adornada que allí había, donde estaban los libros y el estudio en que había de leer. Y desde que se sentaron, estaban parando mientes en cuáles libros habían de comenzar. Y estando ellos en esto, entraron dos hombres por la puerta y diéronle una carta que le enviaba el arzobispo, su tío, en que le hacía saber que estaba muy doliente y que le enviaba rogar que, si le quería ver vivo, que se fuese luego para él. Al deán le pesó mucho de estas nuevas; lo uno por la dolencia de su tío, y lo otro porque receló que había de dejar su estudio que había comenzado. Pero puso en su corazón el no dejar aquel estudio tan deprisa e hizo sus cartas de respuesta y enviólas al arzobispo su tío. Y de allí a unos tres días llegaron otros hombres a pie que traían otras cartas al deán, en que le hacían saber que el arzobispo era finado, y que estaban todo los de la iglesia en su elección y que fiaban en que, por la merced de Dios, que le elegirían a él, y por esta razón que no se apresurase a ir a la iglesia. Porque mejor era para él que le eligiesen estando en otra parte, que no estando en la Iglesia.
Y de allí al cabo de siete o de ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados, y cuando llegaron a él besáronle la mano y mostráronle las cartas que decían cómo le habían elegido arzobispo. Y cuando don Illán esto oyó, fue al electo y díjole cómo agradecía mucho a Dios porque estas buenas nuevas le habían llegado en su casa; y pues Dios tanto bien le había hecho, que le pedía como merced que el deanato que quedaba vacante que lo diese a un hijo suyo. El electo díjole que le rogaba que le quisiese permitir que aquel deanato que lo hubiese un su hermano; mas que el haría bien de guisa que él quedase contento, y que le rogaba que se fuese con él para Santiago y que llevase él a aquel su hijo. Don Illán dijo que lo haría.
Y fuéronse para Santiago; y cuando allí llegaron fueron muy bien recibidos y muy honrosamente. Y desde que moraron allí un tiempo, un día llegaron al arzobispo mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le daba el obispado de Tolosa, y que le concedía la gracia de que pudiese dar el arzobispado a quien quisiese. Cuando don Illán esto oyó, recordándole muy apremiadamente lo que con él había convenido, pidióle como merced que lo diese a su hijo; y el arzobispo le rogó que consintiese que lo hubiese un su tío, hermano de su padre. Y don Illán dijo que bien entendía que le hacía gran tuerto, pero que esto que lo consentía con tal de que estuviese seguro de que se lo enmendaría más adelante. El arzobispo le prometió de toda guisa que lo haría así y rogólo que fuese con él a Tolosa .
Y desde que llegaron a Tolosa, fueron muy bien recibidos de los condes y de cuantos hombres buenos había en la tierra. Y desde que hubieron allí morado hasta dos años. llegáronle mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le hacía el papa cardenal y que le concedía la gracia de que diese el obispado de Tolosa a quien quisiese. Entonces fue a él don Illán y díjole que, pues tantas veces le había fallado en lo que con él había acordado, que ya aquí no había lugar para ponerle excusa ninguna, que no diese alguna de aquellas dignidades a su hijo. Y el cardenal rogóle que consintiese que hubiese aquel obispado un su tío, hermano de su madre que era hombre bueno y anciano; mas que, pues él cardenal era, que se fuese con él para la corte, que asaz había en que hacerle bien. Y don Illán quejóse de ello mucho, pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuese con él para la corte.
Y desde que allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por cuantos allí estaban en la corte, y moraron allí muy gran tiempo. Y don Illán apremiando cada día al cardenal que le hiciese alguna gracia a su hijo, y él poníale excusas.
Y estando así en la corte, finó el papa; y todos los cardenales eligieron a aquel cardenal por papa. Entonces fue a él don Illán y díjole que ya no podía poner excusa para no cumplir lo que le había prometido. Y el papa le dijo que no le apremiase tanto, que siempre habría lugar para que le hiciese merced según fuese razón. Y don Illán se comenzó a quejar mucho, recordándole cuántas cosas le había prometido y que nunca le había cumplido ninguna, y diciéndole que aquello recelaba él la primera vez que con él había hablado y pues que a aquel estado era llegado y no le cumplía lo que le había prometido, que ya no le quedaba lugar para esperar de él bien ninguno. De esta queja se quejó mucho el papa y comenzóle a maltraer diciéndole que, si más le apremiase, que le haría echar en una cárcel, que era hereje y mago, que bien sabía él que no había otra vida ni otro oficio en Toledo donde él moraba, sino vivir de aquel arte de la nigromancia.
Y desde que don Illán vio cuán mal galardonaba el papa lo que por él había hecho, despidióse de él y ni siquiera le quiso dar el papa que comiese por el camino. Entonces don Illán dijo al papa que pues otra cosa no tenía para comer, que se habría de tornar a las perdices que había mandado a asar aquella noche, y llamó a la mujer y díjole que asase las perdices.
Cuando esto dijo don Illán, se halló el papa en Toledo, deán de Santiago, como lo era cuando allí vino, y tan grande fue la vergüenza que hubo, que no supo qué decirle. Y don Illán díjole que se fuese con buena ventura y que asaz había probado lo que tenía en él, y que lo tendría por muy mal empleado si comiese su parte de las perdices.
Y vos, señor conde Lucanor, pues veis que tanto hacéis por aquel hombre que os demanda ayuda y no os da de ello mejores gracias, tengo que no habéis por qué trabajar ni aventuraros mucho para llevarlo a ocasión en que os dé tal galardón como el deán dio a don Illán.
El conde tuvo éste por buen consejo, e hízolo así y hallóse en ello bien
Y porque entendió don Juan que este ejemplo era muy bueno, hízolo escribir en este libro e hizo de ello estos versos que dicen así:
A quien mucho ayudes y
no te lo reconozca
menos ayuda habrás de él desde que a gran honra suba
DE LO QUE ACONTECIÓ A UN CIEGO CON OTRO
Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta guisa:
Patronio, un mi pariente y amigo, de quien yo fío mucho y estoy seguro de que me ama verdaderamente, me aconseja que vaya a un lugar del que me recelo yo mucho. Y díceme él que no haya recelo ninguno; que antes tomaría él la muerte que yo tome ningún daño. Y ahora, ruégoos que me aconsejéis en esto.
Señor conde Lucanor dijo Patronio, para este consejo mucho querría que supieseis lo que aconteció a un ciego con otro.
Y el conde le preguntó cómo había sido aquello.
Señor condedijo Patronio, un hombre moraba en una villa y perdió la vista de los ojos y fue ciego. Y estando así ciego y pobre, vino a él otro ciego que moraba en aquella villa, y díjole que fuesen ambos a otra villa cerca de aquella y que pedirían por Dios y que habrían de qué mantenerse y sustentarse.
Y aquel ciego le dijo que sabía que en aquel camino de aquella villa que había pozos y barrancos y muy fuertes pasadas: y que se recelaba mucho de aquella ida.
Y el otro ciego le dijo que no hubiese recelo. porque él se iría con él y lo pondría a salvo. Y tanto le aseguró y tantas pros le mostró en la ida, que el ciego creyó al otro ciego y fuéronse.
Y desde que llegaron a los lugares fuertes y peligrosos cayó el ciego que guiaba al otro, y no dejó por eso de caer el ciego que recelaba el camino.
Y vos, señor conde, si recelo habéis con razón y el hecho es peligroso, no os metáis en peligro por lo que vuestro pariente y amigo os dice, que antes morirá que vos toméis daño; porque muy poco os aprovecharía a vos que él muriese y vos tomaseis daño y murieseis.
Y el conde tuvo éste por buen consejo e hízolo así y hallóse en ello bien.
Y entendiendo don Juan que este ejemplo era bueno, hízolo escribir en este libro. e hizo estos versos que dicen así:
Nunca te metas do hayas
malandanza
aunque tu amigo te haga seguranza.