EL SOMBRERO DE TRES PICOS (V)

de PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

XXII

GARDUÑA SE MULTIPLICA

Cuando Garduña llegó al molino el Corregidor principiaba a volver en sí, procurando levantarse del suelo.

En el suelo también, y a su lado, estaba el velón encendido que bajó Su Señoría del dormitorio.

–¿Se ha marchado ya?–fue la primera frase de don Eugenio.

–¿Quién ?

–¡El demonio!... Quiero decir, la Molinera...

–Sí, señor... Ya se ha marchado...; y no creo que iba de muy buen humor...

–¡Ay, Garduña! Me estoy muriendo...

–Pero ¿qué tiene Usía? ¡Por vida de los hombres!

–Me he caído en el caz, y estoy hecho una sopa... ¡Los huesos se me parten de frío!

–¡Toma, toma! ¡Ahora salimos con eso!

–¡Garduña!... ¡ve lo que te dices!...

–Yo no digo nada, señor...

–Pues bien: sácame de este apuro...

–Voy volando... ¡Verá Usía qué pronto lo arreglo todo!

Así dijo el Alguacil, y, en un periquete cogió la luz con una mano, y con la otra se metió al Corregidor debajo del brazo; subiólo al dormitorio; púsolo en cueros; acostólo en la cama; corrió al jaraíz; reunió una brazada de leña; fue a la cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo; colocólas en los espaldares de dos o tres sillas; encendió un candil; lo colgó de la espetera, y tornó a subir a la camara.

–¿Qué tal vamos?–preguntóle entonces a don Eugenio, levantando en alto el velón para verle mejor el rostro.

–¡Admirablemente! ¡Conozco que voy a sudar! ¡Mañana te ahorco, Garduña!

–¿Por qué, señor?

–¿Y te atreves a preguntármelo? ¿Crees tú que, al seguir el plan que me trazaste, esperaba yo acostarme solo en esta cama, después de recibir por segunda vez el sacramento del bautismo? ¡Mañana mismo te ahorco!

–Pero cuénteme Usía algo... ¿La señá Frasquita?...

–La señá Frasquita ha querido asesinarme. ¡Es todo lo que he logrado con tus consejos! Te digo que te ahorco mañana por la mañana.

–¡Algo menos será, señor Corregidor!–repuso el Alguacil.

–¿Por qué lo dices, insolente? ¿Porque me ves aquí postrado?

–No, señor. Lo digo, porque la señá Frasquita no ha debido de mostrarse tan inhumana como Usía cuenta, cuando ha ido a la ciudad a buscarle un médico...

–¡Dios santo! ¿Estás seguro de que ha ido a la ciudad?–exclamó don Eugenio más aterrado que nunca.

–A lo menos, eso me ha dicho ella...

–¡Corre, corre, Garduña! ¡Ah! ¡Estoy perdido sin remedio! ¿Sabes a qué va la señá Frasquita a la ciudad? ¡A contárselo todo a mi mujer!... ¡A decirle que estoy aquí! ¡Oh, Dios mío, Dios mío! ¿Cómo había yo de figurarme esto ? ¡Yo creí que se habría ido al lugar en busca de su marido; y, como lo tengo allí a buen recaudo nada me importaba su viaje! Pero ¡irse a la ciudad!...

–Garduña, corre, corre..., tú que eres andarín, y evita mi perdición! ¡Evita que la terrible Molinera entre en mi casa!

–¿Y no me ahorcará Usía si lo consigo?–prosiguió irónicamente el Alguacil.

–¡Al contrario! Te regalaré unos zapatos en buen uso, que me están grandes. ¡Te regalaré todo lo que quieras!

–Pues voy volando. Duérmase Usía tranquilo. Dentro de media hora estoy aquí de vuelta, después de dejar en la cárcel a la navarra. ¡Para algo soy más ligero que una borrica!

Dijo Garduña, y desapareció por la escalera abajo.

Se cae de su peso que, durante aquella ausencia del Alguacil, fue cuando el Molinero estuvo en el molino y vio visiones por el ojo de la llave.

Dejemos, pues, al Corregidor sudando en el lecho ajeno, y a Garduña corriendo hacia la ciudad (adonde tan pronto había de seguirlo el tío Lucas con sombrero de tres picos y capa de grana), y, convertidos también nosotros en andarines, volemos con dirección al lugar, en seguimiento de la valerosa señá Frasquita.

XXIII

OTRA VEZ EL DESIERTO Y LAS CONSABIDAS VOCES

La única aventura que le ocurrió a la navarra en su viaje desde el molino al pueblo fue asustarse un poco al notar que alguien echaba yescas en medio de un sembrado.

–¿Si será un esbirro del Corregidor? ¿Si irá a detenerme?–pensó la Molinera.

En esto se oyó un rebuzno hacia aquel mismo lado.

–¡Burros en el campo a estas horas!–siguió pensando la señá Frasquita–. Pues lo que es por aquí no hay ninguna huerta ni cortijo... ¡Vive Dios que los duendes se están despachando esta noche a su gusto! Porque la borrica de mi marido no puede ser... ¿Qué haría mi Lucas a medianoche, parado fuera del camino? ¡Nada!, ¡nada! ¡Indudablemente es un espía!

La burra que montaba la señá Frasquita creyó oportuno rebuznar también en aquel instante.

–¡Calla, demonio!–le dijo la navarra, clavándole un alfiler de a ochavo en mitad de la cruz.

Y, temiendo algún encuentro que no le conviniese, sacó también su bestia fuera del camino y la hizo trotar por otros sembrados.

Sin más accidente, llegó a las puertas del lugar, a tiempo que serían las once de la noche.

XXIV

UN REY DE ENTONCES

Hallábase ya durmiendo la mona el señor Alcalde, vuelta la espalda a la espalda de su mujer (y formando así con ésta la figura de águila austríaca de dos cabezas que dice nuestro inmortal Quevedo), cuando Toñuelo llamó a la puerta de la cámara nupcial, y avisó al señor Juan López que la señá Frasquita, la del molino, quería hablarle.

No tenemos para qué referir todos los gruñidos y juramentos inherentes al acto de despertar y vestirse el Alcalde de monterilla, y nos trasladamos desde luego al instante en que la Molinera lo vio llegar, desperezándose como un gimnasta que ejercita la musculatura, y exclamando en medio de un bostezo interminable:

–¡Téngalas usted muy buenas, señá Frasquita! ¿Qué le trae a usted por aquí? ¿No le dijo a usted Toñuelo que se quedase en el molino? ¿Así desobedece usted a la Autoridad ?

–¡Necesito ver a mi Lucas!–respondió la navarra–. ¡Necesito verlo al instante! ¡Que le digan que está aquí su mujer!

–"¡Necesito! ¡Necesito!" Señora, ¡a usted se le olvida que está hablando con el Rey!. . .

–¡Déjeme usted a mí de reyes, señor Juan, que no estoy para bromas! ¡Demasiado sabe usted lo que me sucede! ¡Demasiado sabe para qué ha preso a mi marido!

–Yo no sé nada, señá Frasquita... Y en cuanto a su marido de usted, no está preso, sino durmiendo tranquilamente en esta su casa, y tratado como yo trato a las personas. ¡A ver, Toñuelo! ¡Toñuelo! Anda al pajar, y dile al tío Lucas que se despierte y venga corriendo... Conque vamos..., ¡cuénteme usted lo que pasa!... ¿Ha tenido usted miedo de dormir sola?

–¡No sea usted desvergonzado, señor Juan! ¡Demasiado sabe usted que a mí no me gustan sus bromas ni sus veras! ¡Lo que me pasa es una cosa muy sencilla: que usted y el señor Corregidor han querido perderme!, ¡pero que se han llevado un solemne chasco! ¡Yo estoy aquí sin tener de qué abochornarme, y el señor Corregidor se queda en el molino muriéndose!...

–¡Muriéndose el Corregidor!–exclamó su subordinado–. Señora, ¿sabe usted lo que dice?

–¡Lo que usted oye! Se ha caído en el caz, y casi se ha ahogado, o ha cogido una pulmonía, o yo no sé... ¡Eso es cuenta de la Corregidora! Yo vengo a buscar a mi marido, sin perjuicio de salir mañana mismo para Madrid, donde le contaré al Rey...

–¡Demonio, demonio!–murmuró el señor Juan López–. ¡A ver, Manuela!... ¡Muchacha!... Anda y aparéjame la mulilla... Señá Frasquita, al molino voy... ¡Desgraciada de usted si le ha hecho algún daño al señor Corregidor!

–¡Señor Alcalde, señor Alcalde!–exclamó en esto Toñuelo, entrando más muerto que vivo–. El tío Lucas no está en el pajar. Su burra no se halla tampoco en los pesebres, y la puerta del corral está abierta... ¡De modo que el pájaro se ha escapado!

–¿Qué estás diciendo?–gritó el señorJuan López.

–¡Virgen del Carmen! ¿Qué va a pasar en mi casa?–exclamó la señá Frasquita–. ¡Corramos, señor Alcalde; no perdamos tiempo!... Mi marido va a matar al Corregidor al encontrarlo allí a estas horas...

–¿Luego usted cree que el tío Lucas está en el molino ?

–¿Pues no lo he de creer? Digo más...: cuando yo venía me he cruzado con él sin conocerlo. ¡Él era sin duda uno que echaba yescas en medio de un sembrado! ¡Dios mío! ¡Cuando piensa una que los animales tienen más entendimiento que las personas! Porque ha de saber usted, señor Juan, que indudablemente nuestras dos burras se reconocieron y se saludaron, mientras que mi Lucas y yo ni nos saludamos ni nos reconocimos... ¡Antes bien huimos el uno del otro, tomándonos mutuamente por espías!...

–¡Bueno está su Lucas de usted!–replicó el Alcalde–. En fin, vamos andando y ya veremos lo que hay que hacer con todos ustedes. ¡Conmigo no se juega! ¡Yo soy el Rey!... Pero no un Rey como el que ahora tenemos en Madrid, o sea, en El Pardo sino como aquel que hubo en Sevilla, a quien llamaban Don Pedro el Cruel. ¡A ver, Manuela! ¡Tráeme el bastón, y dile a tu ama que me marcho!

Obedeció la sirvienta (que era por cierto más buena moza de lo que convenía a la alcaldesa y a la moral) y, como la mulilla del señor Juan López estuviese ya aparejada, la señá Frasquita y él salieron para el molino, seguidos del indispensable Toñuelo.

XXV

LA ESTRELLA DE GARDUÑA

Precedámosles nosotros, supuesto que tenemos carta blanca para andar más deprisa que nadie.

Garduña se hallaba ya de vuelta en el molino, después de haber buscado a la señá Frasquita por todas las calles de la ciudad.

El astuto Alguacil había tocado de camino en el Corregimiento, donde lo encontró todo muy sosegado. Las puertas seguían abiertas como en medio del día, según es costumbre cuando la Autoridad está en la calle ejerciendo sus sagradas funciones. Dormitaban en la meseta de la escalera y en el recibimiento otros alguaciles y ministros, esperando descansadamente a su amo; mas cuando sintieron llegar a Garduña, desperezáronse dos o tres de ellos, y le preguntaron al que era su decano y jefe inmediato:

–¿Viene ya el señor?

–¡Ni por asomo! Estaos quietos. Vengo a saber si ha habido novedad en la casa...

–Ninguna.

–¿Y la Señora?

–Recogida en sus aposentos.

–¿No ha entrado una mujer por estas puertas hace poco?

–Nadie ha aparecido por aquí en toda la noche...

–Pues no dejéis entrar a persona alguna, sea quien sea y diga lo que diga. ¡Al contrario! Echadle mano al mismo lucero del alba que venga a preguntar por el Señor o por la Señora, y llevadlo a la cárcel.

–¿Parece que esta noche se anda a caza de pájaros de cuenta?–preguntó uno de los esbirros.

–¡Caza mayor!–añadió otro.

–¡Mayúscula!–respondió Garduña solemnemente–. ¡Figuraos si la cosa será delicada, cuando el señor Corregidor y yo hacemos la batida por nosotros mismos!... Conque... hasta luego, buenas piezas, y ¡mucho ojo!

–Vaya usted con Dios, señor Bastián–repusieron todos saludando a Garduña.

–¡Mi estrella se eclipsa!–murmuró éste al salir del Corregimiento–. ¡Hasta las mujeres me engañan! La Molinera se encaminó al lugar en busca de su esposo, en vez de venirse a la ciudad... ¡Pobre Garduña! ¿Qué se ha hecho de tu olfato?

Y, discurriendo de este modo, tomó la vuelta al molino.

Razón tenía el Alguacil para echar de menos su antiguo olfato, pues que no venteó a un hombre que se escondía en aquel momento detrás de unos mimbres, a poca distancia de la ramblilla, y el cual exclamó para su capote, o más bien para su capa grana:

–¡Guarda, Pablo! ¡Por allí viene Garduña!... Es menester que no me vea...

Era el tío Lucas vestido de Corregidor, que se dirigía a la ciudad, repitiendo de vez en cuando su diabólica frase:

–¡También la Corregidora es guapa!

Pasó Garduña sin verlo, y el falso Corregidor dejó su escondite y penetró en la población... Poco después llegaba el Alguacil al molino, según dejamos indicado.

XXVI

REACCIÓN

El Corregidor seguía en la cama, tal y como acababa de verlo el tío Lucas por el ojo de la llave.

–¡Qué bien sudo, Garduña! ¡Me he salvado de una enfermedad!–exclamó tan luego como penetró el Alguacil en la estancia–. ¿Y la señá Frasquita? ¿Has dado con ella? ¿Viene contigo? ¿Has hablado con la Señora?

–La Molinera, señor–respondió Garduña con angustiado acento–, me engañó como a un pobre hombre; pues no se fue a la ciudad, sino al pueblecillo... en busca de su esposo. Perdone Usía la torpeza...

–¡Mejor! ¡Mejor!–dijo el madrileño, con los ojos chispeantes de maldad–. ¡Todo se ha salvado entonces! Antes de que amanezca estarán caminando para las cárceles de la Inquisición, atados codo con codo, el tío Lucas y la señá Frasquita, y allí se pudrirán sin tener a quien contarle sus aventuras de esta noche. Tráeme la ropa Garduña que ya estará seca... ¡Tráemela y vísteme! ¡El amante se va a convertir en Corregidor!...

Garduña bajó a la cocina por la ropa.

... ... ... ...

XXVII

¡FAVOR AL REY!

Entre tanto, la señá Frasquita, el señor Juan López y Toñuelo avanzaban hacia el molino, al cual llegaron pocos minutos después.

–¡Yo entraré delante!–exclamó el alcalde de monterilla–. ¡Para algo soy la autoridad! Sígueme, Toñuelo, y usted, señá Frasquita, espérese a la puerta hasta que yo la llame.

Penetró, pues, el señor Juan López bajo la parra, donde vio a la luz de la luna un hombre casi jorobado, vestido como solía el Molinero, con chupetín y calzón de paño pardo, faja negra, medias azules, montera murciana de felpa, y el capote de monte al hombro.

–¡El es!–gritó el Alcalde–. ¡Favor al Rey! ¡Entréguese usted, tío Lucas!

El hombre de la montera intentó meterse en el molino.

–¡Date!–gritó a su vez Toñuelo, saltando sobre él, cogiéndolo por el pescuezo, aplicándole una rodilla al espinazo, y haciéndole rodar por tierra.

Al mismo tiempo, otra especie de fiera saltó sobre Toñuelo, y agarrándolo de la cintura, lo tiró sobre el empedrado y principió a darle de bofetones.

Era la señá Frasquita, que exclamaba:

–¡Tunante! ¡Deja a mi Lucas!

Pero, en esto, otra persona, que había aparecido llevando del diestro una borrica, metióse resueltamente entre los dos, y trató de salvar a Toñuelo.

Era Garduña, que, tomando al alguacil del lugar por don Eugenio de Zúñiga, le decía a la Molinera:

–¡Señora, respete usted a mi amo!

Y la derribo de espaldas sobre el lugareño.

La señá Frasquita, viéndose entre dos fuegos, descargó entonces a Garduña tal revés en medio del estómago, que le hizo caer de boca tan largo como era.

Y, con él, ya eran cuatro las personas que rodaban por el suelo.

El señor Juan López impedía entre tanto levantarse al supuesto tío Lucas, teniéndole plantado un pie sobre los riñones.

–¡Garduña! ¡Socorro! ¡Favor al Rey! ¡Yo soy el Corregidor!–gritó al fin don Eugenio, sintiendo que la pezuña del Alcalde, calzada con albarca de piel de toro, lo reventaba materialmente.

–¡El Corregidor! ¡Pues es verdad!–dijo el señor Juan López, lleno de asombro. . .

–¡El Corregidor!–repitieron todos. '

Y pronto estuvieron de pie los cuatro derribados.

–¡Todo el mundo a la cárcel!–exclamó don Eugenio de Zúñiga–. ¡Todo el mundo a la horca!

–Pero, señor.. –observó el señor Juan López, poniéndose de rodillas–. ¡Perdone Usía que lo haya maltratado! ¿Cómo había de conocer a Usía con esa ropa tan ordinaria?

–¡Bárbaro!–replicó el Corregidor–. ¡Alguna había de ponerme! ¿No sabes ni que me han robado la mía ? ¿No sabes que una compañía de ladrones, mandada por el tío Lucas...?

–¡Miente usted!–gritó la navarra.

–Escúcheme usted, señá Frasquita–le dijo Garduña, llamándola aparte–. Con permiso del señor Corregidor y la compaña... ¡Si usted no arregla esto, nos van a ahorcar a todos, empezando por el tío Lucas!...

–Pues ¿qué ocurre?–preguntó la señá Frasquita.

–Que el tío Lucas anda a estas horas por la ciudad vestido de Corregidor... y que Dios sabe si habrá llegado con su disfraz hasta el propio dormitorio de la Corregidora.

Y el alguacil le refirió en cuatro palabras todo lo que ya sabemos.

–¡Jesús!–exclamó la Molinera–. ¡Conque mi marido me cree deshonrada! ¡Conque ha ido a la ciudad a vengarse! ¡Vamos, vamos a la ciudad, y justificadme a los ojos de mi Lucas!

–¡Vamos a la ciudad, e impidamos que ese hombre hable con mi mujer y : cuente todas las majaderías que se haya figurado!–dijo el Corregidor, arrimándose a una de las burras–. Déme usted un pie para montar, señor Alcalde.

–Vamos a la ciudad, sí.. .–añadió Garduña ; ¡y quiera el cielo, señor Corrergidor que el tío Lucas, amparado por su vestimenta, se haya contentado con hablarle a la Señora!

–¿Qué dices, desgraciado?–prorrumpió don Eugenio de Zuñiga–. ¿Crees tú a ese villano capaz?...

–¡De todo!–contestó la señá Frasquita.

XXVIII

¡AVE MARÍA PURÍSIMA! ¡LAS DOCE Y MEDIA Y SERENO!

Así gritaba por las calles de la ciudad quien tenía facultades para tanto, cuando la Molinera y el Corregidor, cada cual en una de las burras del molino, el señor Juan López en su mula, y los dos alguaciles andando, llegaron a la puerta del Corregimiento.

La puerta estaba cerrada.

Dijérase que para el Gobierno, lo mismo que para los gobernados, había concluido todo por aquel día.

–¡Malo!–pensó Garduña.

Y llamó con el aldabón dos o tres veces.

Pasó mucho tiempo, y ni abrieron ni contestaron.

La señá Frasquita estaba más amarilla que la cera.

El Corregidor se había comido ya todas las uñas de ambas manos.

Nadie decía una palabra.

¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!...; golpes y más golpes a la puerta del Corregimiento (aplicados sucesivamente por los dos alguaciles y por el señor Juan López)... ¡Y nada! ¡No respondía nadie! ¡No abrían! ¡No se movía una mosca! ¡Solo se oía el claro rumor de los caños de una fuente que había en el patio de la casa.

Y de esta manera transcurrían minutos, largos como eternidades.

Al fin, cerca de la una, abrióse un ventanillo del piso segundo, y dijo una voz femenina:

–¿Quién?

–Es la voz del ama de leche...–murmuró Garduña.

–¡Yo!–respondió don Eugenio de Zúñiga–. ¡Abrid!

Pasó un instante de silencio.

–¿Y quién es usted?–replicó luego la nodriza.

–¿Pues no me está usted oyendo ? ¡Soy el amo!... ¡El Corregidor!... Hubo otra pausa.

–¡Vaya usted mucho con Dios!–repuso la buena mujer–. Mi amo vino hace una hora, y se acostó en seguida. ¡Acuéstense ustedes también, y duerman el vino que tendrán en el cuerpo!

Y la ventana se cerró de golpe.

La señá Frasquita se cubrió el rostro con las manos.

–¡Ama!–tronó el Corregidor, fuera de sí–. ¿No oye usted que le digo que abra la puerta? ¿No oye usted que soy yo? ¿Quiere usted que la ahorque también?

La ventana volvió a abrirse.

–Pero vamos a ver...–expuso el ama–. ¿Quién es usted para dar esos gritos?

–¡Soy el Corregidor!

–¡Dale, bola! ¿No le digo a usted que el señor Corregidor vino antes de las doce..., y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las habitaciones de la Señora? ¿Se quiere usted divertir conmigo? ¡Pues espere usted... y verá lo que le pasa!

Al mismo tiempo se abrió repentinamente la puerta y una nube de criados y ministriles, provistos de sendos garrotes, se lanzó sobre los de afuera, exclamando furiosamente:

–¡A ver! ¿Dónde está ese que dice que es el Corregidor? ¿Dónde está ese chusco? ¿Dónde está ese borracho?

Y se armo un lío de todos los demonios en medio de la oscuridad, sin que nadie pudiera entenderse, y no dejando de recibir algunos palos el Corregidor, Garduña, el señor Juan López y Toñuelo.

Era la segunda paliza que le costaba a don Eugenio su aventura de aquella noche, ademas del remojón que se dio en el caz del molino.

La señá Frasquita, apartada de aquel laberinto, lloraba por la primera vez de su vida...

–¡Lucas! ¡Lucas!–decía–. ¡Y has podido dudar de mí! ¡Y has podido estrechar en tus brazos a otra! ¡Ah! ¡Nuestra desventura no tiene ya remedio!

XXIX

POST NUBILA... DIANA

–¿Qué escándalo es este?–dijo al fin una voz tranquila, majestuosa y de gracioso timbre, resonando encima de aquella baraúnda.

Todos levantaron la cabeza, y vieron a una mujer vestida de negro asomada balcón principal del edificio.

–¡La Señora!–dijeron los criados, suspendiendo la retreta de palos.

–¡Mi mujer!–tartamudeó don Eugenio.

–Que pasen esos rústicos... El señor Corregidor dice que lo permite...–agregó la Corregidora.

Los criados cedieron paso, y el de Zúñiga y sus acompañantes penetraron en el portal y tomaron por la escalera arriba.

Ningún reo ha subido al patíbulo con paso tan inseguro y semblante tan denudado como el Corregidor subía las escaleras de su casa. Sin embargo, la idea de su deshonra principiaba ya a descollar, con noble egoísmo, por encima de todos los infortunios que había causado y que lo afíigían y sobre las demás ridiculeces de la situación en que se hallaba...

–¡Antes que todo–iba pensando–, soy un Zúñiga y un Ponce de León!... ¡Ay de aquellos que lo hayan echado en olvido! ¡Ay de mi mujer, si ha mancillado mi nombre!

XXX

UNA SEÑORA DE CLASE

La Corregidora recibió a su esposo y a la rústica comitiva en el salón principal del Corregimiento.

Estaba sola, de pie y con los ojos clavados en la puerta.

Érase una principalísima dama, bastante joven todavía, de plácida y severa hermosura, más propia del pincel cristiano que del cincel gentílico, y estaba vestida con toda la nobleza y seriedad que consentía el gusto de la época. Su traje, de corta y estrecha falda y mangas huecas y subidas, era de alepín negro: una pañoleta de blonda blanca, algo amarillenta, velaba sus admirables hombros, y larguísimos maniquetes o mitones de tul negro cubrían la mayor parte sus alabastrinos brazos. Abanicábase majestuosamente con un pericón enorme, traído de las islas Filipinas, y empuñaba con la otra mano un pañuelo de encaje, cuyos cuatro picos colgaban simétricamente con una regularidad solo comparable a la de su actitud y menores movimientos.

Aquella hermosa mujer tenía algo de reina y mucho de abadesa, e infundía por ende veneración y miedo, a cuantos la miraban. Por lo demás, el atildamiento de su traje a semejante hora, la gravedad de su continente y las muchas luces que alumbraban el salón, demostraban que la Corregidora se había esmerado en dar a aquella escena una solemnidad teatral y un tinte ceremonioso que contrastasen con el carácer villano y grosero de la aventura de su marido.

Advertiremos, finalmente, que aquella señora se llamaba doña Mercedes Carrillo de Albornoz y Espinosa de los Monteros, y que era hija, nieta, biznieta, tataranieta y hasta vigésima nieta de la ciudad, como descendiente de sus ilustres conquistadores. Su familia, por razones de vanidad mundana, la había inducido a casarse con el viejo y acaudalado Corregidor, y ella, que de otro modo hubiera sido monja, pues su vocación natural la iba llevando al claustro, consintió en aquel doloroso sacrificio.

A la sazón tenía ya dos vástagos del arriscado madrileño, y aún se susurraba que había otra vez moros en la costa...

Conque volvamos a nuestro cuento.

Parte VI