LA COMEDIA NUEVA O EL CAFÉ (III)


ESCENA III

D. ELEUTERIO, DOÑA AGUSTINA, DOÑA MARIQUITA, D. SERAPIO, D. HERMOGENES

DOÑA AGUSTINA: Y bien, ¿qué dice el librero? ¿Se despachan muchas?

D. ELEUTERIO: Hasta ahora...

DOÑA AGUSTINA: Deja; me parece que voy a acertar: habrá vendido... ¿Cuando se pusieron los carteles?

D. ELEUTERIO: Ayer por la mañana. Tres o cuatro hice poner en cada esquina.

D. SERAPIO: Ah, y cuide usted (Levántase.) que les pongan buen engrudo, porque si no...

D. ELEUTERIO: Sí, que no estoy en todo. Como que yo mismo le hice con esa mira, y lleva una buena parte de cola.

DOÑA AGUSTINA: El Diario y la Gaceta la han anunciado ya, ¿es verdad?

D. HERMOGENES: En términos precisos.

DOÑA AGUSTINA: Pues irán vendidos... Quinientos ejemplares.

D. SERAPIO: ¡Qué friolera! Y más de ochocientos también. ¿He acertado?

DOÑA AGUSTINA: ¿Es verdad que pasan de ochocientos?

D. ELEUTERIO: No, señor, no es verdad. La verdad es que hasta ahora, según me acaban de decir, no se han despachado más que tres ejemplares; y esto me da malísima espina.

D. SERAPIO: ¿Tres no más? Harto poco es.

DOÑA AGUSTINA: Por vida mía, que es bien poco.

D. HERMOGENES: Distingo. Poco, absolutamente hablando, niego; respectivamente, concedo; porque nada hay que sea poco ni mucho per se, sino respectivamente. Y así, si los tres ejemplares vendidos constituyen una cantidad tercia, con relaci6n a nueve, y bajo este respecto los dichos tres ejemplares se llaman poco, también estos mismos tres ejemplares, relativamente a uno, componen una triplicada cantidad, a la cual podemos llamar mucho, por la diferencia que va de uno a tres. De donde concluyo: que no es poco lo que se ha vendido, y que es falta de ilustración sostener lo contrario.

DOÑA AGUSTINA: Dice bien, muy bien.

D. SERAPIO: ¡Qué! ¡si en poniéndose a hablar este hombre!

DOÑA MARIQUITA: Pues, en poniéndose a hablar probará que lo blanco es verde, y que dos y dos son veinte y cinco. Yo no entiendo tal modo de sacar cuentas... Pero, al cabo y al fin, las tres comedias que se han vendido hasta ahora, ¿serán más de tres?

D. ELEUTERIO: Es verdad, y en suma, todo el importe no pasará de seis reales.

DOÑA MARIQUITA: Pues, seis reales, cuando esperábamos montes de orocon la tal impresi6n. Ya voy yo viendo que si mi boda no se ha de hacer hasta que todos esos papelotes se despachen, me llevarán con palma a la sepultura. (Llorando.) ¡Pobrecita de mí!

D. HERMOGENES: No así, hermosa Mariquita, desperdicie usted el tesoro de perlas que una y otra luz derrama.

DOÑA MARIQUITA: ¡Perlas! Si yo supiera llorar perlas, no tendría mi hermano necesidad de escribir disparates.



ESCENA IV

D. ANTONIO, D. ELEUTERIO, D. HERMOGENES, DOÑA AGUSTINA, DOÑA MARIQUITA

D. ANTONIO: A la orden de ustedes, señores.

D. ELEUTERIO: ¿Pues cómo tan presto? ¿No dijo usted que iría a ver la comedia?

D. ANTONIO: En efecto, he ido. Allí queda D. Pedro.

D. ELEUTERIO: ¿Aquel caballero de tan mal humor?

D. ANTONIO: El mismo. Que quieras que no, le he acomodado (Sale Pipí por la puerta del foro con un canastillo de manteles, cubiertos, etc., y lo pone sobre el mostrador.) en el palco de unos amigos. Yo creí tener luneta segura; ¡pero qué! ni luneta, ni palcos, ni tertulia, ni cubillos; no hay asiento en ninguna parte.

DOÑA AGUSTINA: Si lo dije.

D. ANTONIO: Es mucha la gente que hay.

D. ELEUTERIO: Pues no, no es cosa de que usted se quede sin verla. Yo tengo palco. Véngase usted con nosotros, y todos nos acomodaremos.

DOÑA AGUSTINA: Sí, puede usted venir con toda satisfacci6n, caballero.

D. ANTONIO: Señora, doy a usted mil gracias por su atención; pero ya no es cosa de volver allá. Cuando yo salí se empezaba la primer tonadilla, conque...

D. SERAPIO: ¿La tonadilla?

DOÑA MARIQUITA: ¿Qué dice usted? (Levántanse todos.)

D. ELEUTERIO: ¿La tonadilla?

DOÑA AGUSTINA: ¿Pues c6mo han empezado tan presto?

D. ANTONIO: No, señora, han empezado a la hora regular.

DOÑA AGUSTINA: No puede ser, si ahora serán...

D. HERMOGENES: Yo lo diré. (Saca el reloj.) Las tres y media en punto.

DOÑA MARIQUITA: ¡Hombre! ¿Qué tres y media? Su reloj de usted está siempre en las tres y media.

DOÑA AGUSTINA: A ver... (Toma el reloj de Don Hermógenes, le aplica al oído, y se le vuelve.) Si está parado.

D. HERMOGENES: Es verdad. Esto consiste en que la elasticidad del muelle espiralŠ

DOÑA MARIQUITA: Consiste en que está parado, y nos ha hecho usted perder la mitad de la comedia. Vamos, hermana.

DOÑA AGUSTINA: Vamos.

D. ELEUTERIO: ¡Cuidado que es cosa particular! La casualidad de...

DOÑA MARIQUITA: Vamos pronto. ¿Y mi abanico?

D. SERAPIO: Aquí está.

D. ANTONIO: Llegarán ustedes al segundo acto.

DOÑA MARIQUITA: Vaya, que este D. Hermógenes...

DOÑA AGUSTINA: Quede usted con Dios, caballero.

DOÑA MARIQUITA: Vamos aprisa.

D. ANTONIO: Vayan ustedes con Dios.

D. SERAPIO: A bien que cerca estamos.

D. ELEUTERIO: Cierto que ha sido chasco, estarnos así fiados en...

DOÑA MARIQUITA: Fiados en el maldito reloj de D. Hermógenes.



ESCENA V

D. ANTONIO, PIPÍ

D. ANTONIO: Conque estas dos son la hermana y la mujer del autor de la comedia?

PIPí: Sí, señor.

D. ANTONIO: ¡Qué paso llevan! Ya se ve, se fiaron del reloj de D. Hermógenes.

PIPÍ: Pues yo no sé qué será pero desde la ventana de arriba se ve salir mucha gente del coliseo.

D. ANTONIO: Serán los del patio, que estarán sofocados. Cuando yo me vine quedaban dando voces para que les abriesen las puertas. El calor es muy grande; y por otra parte, meter cuatro donde no caben más que dos es un despropósito; pero lo que importa es cobrar a la puerta, y más que revienten dentro.



ESCENA VI

D. PEDRO, D. ANTONIO, PIPÍ

D. ANTONIO: ¡Calle! ¿Ya está usted por acá? Pues, y la comedia, ¿en qué estado queda?

D. PEDRO: Hombre, no me hable usted de comedia (Siéntase.) que no he tenido rato peor muchos meses ha.

D. ANTONIO: ¿Pues qué ha sido ello? (Sentándose junto a Don Pedro.)

D. PEDRO: ¿Qué ha de ser? Que he tenido que sufrir (gracias a la recomendaci6n de usted) casi todo el primer acto, y por añadidura, una tonadilla insípida y desvergonzada, como es costumbre. Hallé la ocasi6n de escapar y la aproveché.

D. ANTONIO: ¿Y qué tenemos en cuanto al merito de la pieza?

D. PEDRO: Que cosa peor no se ha visto en el teatro desde que las musas de guardilla le abastecen... Si tengo hecho propósito firme de no ir jamás a ver esas tonterías. A mí no me divierten; al contrario me llenan de, deŠ No, señor, menos me enfada cualquiera de nuestras comedias antiguas, por malas que sean. Están desarregladas, tienen disparates; pero aquellos disparates y aquel desarreglo son hijos del ingenio, y no de la estupidez. Tienen defectos enormes, es verdad; pero entre estos defectos se hallan cosas que, por vida mía, tal vez suspenden y conmueven al espectador, en términos de hacerle olvidar o disculpar cuantos desaciertos han precedido. Ahora, compare usted nuestros autores adocenados del día con los antiguos, y dígame si no valen más Calderón, Solís, Rojas, Moreto cuando deliran que estotros cuando quieren hablar en razón.

D. ANTONIO: La cosa es tan clara, señor D. Pedro, que no hay nada que oponer a ella; pero, dígame usted, el pueblo, el pobre pueblo, ¿sufre con paciencia ese espantable comedión?

D. PEDRO: No tanto como el autor quisiera, porque algunas veces se ha levantado en el patio una mareta sorda que traía visos de tempestad. En fin, se acabó el acto muy oportunamente; pero no me atreveré a pronosticar el éxito de la tal pieza, porque, aunque el público está ya muy acostumbrado a oír desatinos, tan garrafales como los de hoy jamás se oyeron.

D. ANTONIO: ¿Qué dice usted?

D. PEDRO: Es increíble. Allí no hay más que un hacinamiento confuso de especies, una acción informe, lances inverosímiles, episodios inconexos, caracteres mal expresados o mal escogidos; en vez de artificio, embrollo; en vez de situaciones cómicas, mamarrachadas de linterna mágica. No hay conocimiento de historia, ni de costumbres; no hay objeto moral, no hay lenguaje, ni estilo, ni versificación, ni gusto, ni sentido común. En suma, es tan mala y peor que las otras con que nos regalan todos los días.

D. ANTONIO: Y no hay que esperar nada mejor. Mientras el teatro siga en el abandono en que hoy está, en vez de ser el espejo de la virtud y el templo del buen gusto, será la escuela del error, y el almacén de las extravagancias.

D. PEDRO: ¡Pero no es fatalidad que, después de tanto como se ha escrito por los hombres más doctos de la nación sobre la necesidad de su reforma, se han de ver todavía en nuestra escena espectáculos tan infelices! ¿Qué pensarán de nuestra cultura los extranjeros que vean la comedia de esta tarde? ¿Qué dirán cuando lean las que se imprimen continuamente?

D. ANTONIO: Digan lo que quieran, amigo D. Pedro, ni usted ni yo podemos remediarlo. ¿Y qué haremos? reír o rabiar: no hay otra alternativa... Pues yo, más quiero reír que impacientarme.

D. PEDRO: Yo no, porque tengo serenidad para eso. Los progresos de la literatura, señor D. Antonio, interesan mucho al poder, a la gloria y a la conservación de los imperios; el teatro influye inmediatamente en la cultura nacional; el nuestro está perdido, y yo soy muy español.

D. ANTONIO: Con todo, cuando se ve que... Pero ¿qué novedad es ésta?



ESCENA VII

D. SERAPIO, D. HERMOGENES, D. PEDRO, D. ANTONIO, PIPÍ

D. SERAPIO: Pipí muchacho. Corriendo, por Dios, un poco de agua.

D. ANTONIO: ¿Qué ha sucedido?

(Se levantan D. Antonio y D. Pedro.)

D. SERAPIO: No te pares en enjuagatorios. Aprisa.

PIPÍ: Voy, voy allá.

D. SERAPIO: Despáchate.

PIPÍ: ¡Por vida del hombre! (Pipí va detrás de D. Serapio con un vaso de agua. D. Hermógenes, que sale apresurado, tropieza con él, y deja caer el vaso y el plato.) ¿Por qué no mira usted?

D. HERMOGENES: ¿No hay alguno de ustedes que tenga por ahí un poco de agua de melisa, elixir, extracto, aroma, álcali volátil, éter vitriólico, o cualquiera quintaesencia antiespasmódica, para entonar el sistema nervioso de una dama exánime?

D. ANTONIO: Yo no, no traigo.

D. PEDRO: ¿Pero qué ha sido? ¿Es accidente?



ESCENA VIII

DOÑA AGUSTINA, DOÑA MARIQUITA, D. ELEUTERIO, D. HERMOGENES, D. SERAPIO, D. PEDRO, D. ANTONIO, PIPÍ

D. ELEUTERIO: Sí, es mucho mejor hacer lo que dice D. Serapio.

(Doña Agustina muy acongojada, sostenida por D. Eleuterio y D. Serapio. La hacen que se siente. Pipí trae otro vaso de agua, y ella bebe un poco.)

D. SERAPIO: Pues, ya se ve. Anda, Pipí, en tu cama podrá descansar esta señora...

PI Pí: ¡Qué! si está en un camarach6n que...

D. ELEUTERIO: No importa.

PIPÍ: ¡La cama! la cama es un jerg6n de arpillera y...

D. SERAPIO: ¿Qué quiere decir eso?

D. ELEUTERIO: No importa nada. Allí estará un rato, y veremos si es cosa de llamar a un sangrador.

PIPÍ: Yo, bien. Si ustedes...

DOÑA AGUSTINA: No, no es menester.

DOÑA MARIQUITA: ¿Se siente usted mejor, hermana?

D. ELEUTERIO: ¿Te vas aliviando?

DOÑA AGUSTINA: Alguna cosa.

D. SERAPIO: ¡Ya se ve! el lance no era para menos.

D. ANTONIO: ¿Pero se podrá saber qué especie de insulto ha sido éste ?

D. ELEUTERIO: ¿Qué ha de ser, señor, qué ha de ser? Que hay gente envidiosa y mal intencionada queŠ ¡Vaya! No me hable usted de eso, porque... ¡Picarones! ¿Cuándo han visto ellos comedia mejor?

D. PEDRO: No acabo de comprender.

DOÑA MARIQUITA: Señor, la cosa es bien sencilla. El señor es hermano mío, marido de esta señora, y autor de esa maldita comedia que han echado hoy. Hemos ido a verla; cuando llegamos estaban ya en el segundo acto. Allí había una tempestad, y luego un consejo de guerra, y luego un baile, y después un entierro... En fin, ello es que al cabo de esta tremolina, salía la dama con un chiquillo de la mano, y ella y el chico rabiaban de hambre; el muchacho decía: "Madre, déme usted pan", y la madre invocaba a Demogorgón y al Cancerbero. Al llegar nosotros se empezaba este lance de madre e hijoŠ El patio estaba tremendo. ¡Qué oleadas! ¡qué toser! ¡qué estornudos! ¡qué bostezar! ¡qué ruido confuso por todas partes!Š Pues, señor, como digo: salió la dama, y apenas hubo dicho que no había comido en seis días, y apenas el chico empezó a pedirla pan, y ella a decirle que no le tenía, cuando para servir a ustedes, la gente (que a la cuenta estaba ya hostigada de la tempestad, del consejo de guerra, del baile y del entierro) comenzó de nuevo a alborotarse. El ruido se aumenta; suenan bramidos por un lado y por otro, y empieza tal descarga de palmadas huecas y tal golpeo en los bancos y barandillas, que no parecía sino que toda la casa se venía al suelo. Corrieron el telón, abrieron las puertas, salió renegando toda la gente, a mi hermana se la oprimió el coraz6n, de manera que... En fin, ya está mejor, que es lo principal. Aquello no ha sido ni oído ni visto; en un instante entrar en el palco y suceder lo que acabo de contar, todo ha sido a un tiempo. ¡Válgame Dios! ¡en lo que han venido a parar tantos proyectos! Bien decía yo que era imposible que...

(Siéntase junto a Doña Agustina.)

D. ELEUTERIO: ¡Y que no ha de haber justicia para esto! D. Hermógenes, amigo D. Hermógenes, usted bien sabe lo que es la pieza; informe usted a estos señores... Tome usted: (Saca la comedia, y se la da a D. Hermógenes.) léales usted todo el segundo acto, y que me digan si una mujer que no ha comido en seis días tiene razón de morirse, y si es mal parecido que un chico de cuatro años pida pan a su madre. Lea usted, lea usted, y que me digan si hay conciencia ni ley de Dios para haberme asesinado de esta manera.

D. HERMOGENES: Yo, por ahora, amigo D. Eleuterio, no puedo encargarme de la lectura del drama. (Deja la comedia sobre una mesa. Pipí la toma, se sienta en una silla distante y lee.) Estoy de prisa. Nos veremos otro día, y...

D. ELEUTERIO: ¿Se va usted?

DOÑA MARIQUITA: ¿Nos deja usted así?

D. HERMOGENES: Si en algo pudiera contribuir con mi presencia al alivio de ustedes, no me movería de aquí pero...

DOÑA MARIQUITA: No se vaya usted.

D. HERMOGENES: Me es muy doloroso asistir a tan acerbo espectáculo; tengo que hacer. En cuanto a la comedia, nada hay que decir; murió, y es imposible que resucite, bien que ahora estoy escribiendo una apología del teatro y la citaré con elogio. Diré que hay otras peores; diré que si no guarda reglas ni conexión, consiste en que el autor era un grande hombre; callaré sus defectos...

D. ELEUTERIO: ¿ Qué defectos ?

D. HERMOGENES: Algunos que tiene.

D. PEDRO: Pues no decía usted eso poco tiempo ha.

D. HERMOGENES: Fue para animarle.

D. PEDRO: Y para engañarle y perderle. Si usted conocía que era mala, ¿por qué no se lo dijo? ¿Por qué, en vez de aconsejarle que desistiera de escribir chapucerías, ponderaba usted el ingenio del autor, y le persuadía que era excelente una obra tan ridícula y despreciable?

D. HERMOGENES: Porque el señor carece de criterio y sindéresis para comprender la solidez de mis raciocinios, si por ellos intentara persuadirle que la comedia es mala.

DOÑA AGUSTINA: ¿Conque es mala?

D. HERMOGENES: Malísima.

D. ELEUTERIO: ¿Qué dice usted?

DOÑA AGUSTINA: Usted se chancea, D. Hermógenes; no puede ser otra cosa.

D. PEDRO: No, señora, no se chancea; en eso dice la verdad. La comedia es detestable.

DOÑA AGUSTINA: Poco a poco con eso, caballero, que una cosa es que el señor lo diga por gana de fiesta, y otra que usted nos lo venga a repetir de ese modo. Usted será de los eruditos que de todo blasfeman, y nada les parece bien sino lo que ellos hacen; pero...

D. PEDRO Si usted es marido de esa (A D. Eleuterio.) señora, hágala usted callar; porque aunque no puede ofenderme cuanto diga, es cosa ridícula que se meta a hablar de lo que no entiende.

DOÑA AGUSTINA: ¿No entiendo? ¿Quién le ha dicho a usted que...?

D. ELEUTERIO: Por Dios, Agustina, no te desazones. Ya ves (Se levanta colérica, y D. Eleuterio la hace sentar.) cómo estás... ¡Válgame Dios, señor! Pero, amigo (A D. Hermógenes), no sé qué pensar de usted.

D. HERMOGENES: Piense usted lo que quiera. Yo pienso de su obra lo que ha pensado el público; pero soy su amigo de usted, y aunque vaticiné el éxito infausto que ha tenido, no quise anticiparle una pesadumbre, porque como dice Platón, y el Abate Lampillas...

D. ELEUTERIO: Digan lo que quieran. Lo que yo digo es que usted me ha engañado como un chino. Si yo me aconsejaba con usted, si usted ha visto la obra lance por lance y verso por verso, si usted me ha exhortado a concluir las otras que tengo manuscritas, si usted me ha llenado de elogios y de esperanzas; si me ha hecho usted creer que yo era un grande hombre, ¿cómo me dice usted ahora eso? ¿Cómo ha tenido usted corazón para exponerme a los silbidos, al palmoteo, y a la zumba de esta tarde?

D. HERMOGENES: Usted es pacato y pusilánime en demasía... ¿Por qué no le anima a usted el ejemplo? ¿No ve usted esos autores que componen para el teatro, con cuánta imperturbabilidad toleran los vaivenes de la fortuna? Escriben, los silban, y vuelven a escribir, vuelven a silbarlos, y vuelven a escribir... ¡Oh, almas grandes, para quienes los chiflidos son arrullos y las maldiciones alabanzas !

DOÑA MARIQUITA: ¿Y qué quiere usted (Levántase.) decir con eso? Ya no tengo paciencia para callar más. ¿Qué quiere usted decir? ¿Que mi pobre hermano vuelva otra vez...?

D. HERMOGENES: Lo que quiero decir es que estoy de prisa y me voy.

DOÑA AGUSTINA: Vaya usted con Dios, y haga usted cuenta que no nos ha conocido. ¡Picardía! No sé como (Se levanta muy enojada, encaminándose hacia D. Hermógenes, que se va retirando de ella.) no me tiro a él... Váyase usted.

D. HERMOGENES: ¡Gente ignorante!

DOÑA AGUSTINA: Váyase usted.

D. ELEUTERIO: ¡Picarón!

D. HERMOGENES: ¡Canalla infeliz!



ESCENA IX

D. ELEUTERIO, D. SERAPIO, D. ANTONIO, D. PEDRO, DOÑA AGUSTINA, DOÑA MARIQUITA, PIPÍ

D. ELEUTERIO: ¡Ingrato! ¡embustero! Después (Se sienta con ademanes de abatimiento.) de lo que hemos hecho por él.

DOÑA MARIQUITA: Ya ve usted, hermana, lo que ha venido a resultar. Si lo dije, si me lo daba el corazón... Mire usted qué hombre: después de haberme traído en palabras tanto tiempo, y lo que es peor, haber perdido por él la conveniencia de casarme con el boticario, que a lo menos es hombre de bien, y no sabe latín, ni se mete en citar autores como ese bribón... ¡Pobre de mí! con diez y seis años que tengo, y todavía estoy sin colocar, por el maldito empeño de ustedes de que me había de casar con un erudito que supiera mucho... Mire usted lo que sabe el renegado (Dios me perdone): quitarme mi acomodo, engañar a mi hermano, perderle, y hartarnos de pesadumbres.

D. ANTONIO: No se desconsuele usted, señorita, que todo se compondrá. Usted tiene mérito, y no la faltarán proporciones mucho mejores que las que ha perdido.

DOÑA AGUSTINA: Es menester que tengas un poco de paciencia, Mariquita.

D. ELEUTERIO: La paciencia (Se levanta con viveza.) la necesito yo, que estoy desesperado de ver lo que me sucede.

DOÑA AGUSTINA: Pero, hombre, ¿qué no has de reflexionarŠ?

D. ELEUTERIO: Calla, mujer; calla por Dios, que tú también...

D. SERAPIO: No señor, el mal ha estado en que nosotros no lo advertimos con tiempo... Pero yo le aseguro al guarnicionero y a sus camaradas que si llegamos a pillarlos, solfeo de mojicones como el que han de llevar no le... La comedia es buena, señor, créame usted a mí la comedia es buena. Ahí no ha habido más sino que los de allá se han unido y...

D. ELEUTERIO: Yo ya estoy en que la comedia no es tan mala, y que hay muchos partidos; pero lo que a mí...

D. PEDRO: ¿Todavía está usted en esa equivocación?

D. ANTONIO: (Aparte, a D. Pedro. Déjele usted.)

D. PEDRO: No quiero dejarle; me da compasiónŠ Y sobre todo, es demasiada necedad después de lo que ha sucedido, que todavía esté creyendo el señor que su obra es buena. ¿Por qué ha de serlo? ¿Qué motivos tiene usted para acertar? ¿Qué ha estudiado usted? ¿Quién le ha enseñado el arte? ¿Qué modelos se ha propuesto usted para la imitación? ¿No ve usted que en todas las facultades hay un método de enseñanza y unas reglas que seguir y observar; que a ellas debe acompañar una aplicación constante y laboriosa, y que sin estas circunstancias, unidas al talento, nunca se formarán grandes profesores, porque nadie sabe sin aprender? ¿Pues por dónde usted, que carece de tales requisitos, presume que habrá podido hacer algo bueno? ¿Qué? ¿No hay más sino meterse a escribir, a salga lo que salga, y en ocho días zurcir un embrollo, ponerle en malos versos, darle al teatro, y ya soy autor? ¿Qué, no hay más que escribir comedias? Si han de ser como la de usted o como las demás que se la parecen, poco talento, poco estudio y poco tiempo son necesarios; pero si han de ser buenas (creáme usted) se necesita toda la vida de un hombre, un ingenio muy sobresaliente. un estudio infatigable, observación continua, sensibilidad, juicio exquisito, y todava no hay seguridad de llegar a la perfección.

D. ELEUTERIO: Bien está señor. Será todo lo que usted dice, pero ahora no se trata de eso. Si me desespero y me confundo, es por ver que todo se me descompone, que he perdido mi tiempo, que la comedia no me vale un cuarto, que he gastado en la impresión lo que no teníaŠ

D. ANTONIO: No, la impresi6n con el tiempo se venderá.

D. PEDRO: No se venderá, no señor. El público no compra en la librería las piezas que silba en el teatro. No se venderá.

D. ELEUTERIO: Pues, vea usted, no se venderá, y pierdo ese dinero, y por otra parteŠ ¡Válgame Dios! Yo, señor, seré lo que ustedes quieran: seré mal poeta, seré un zopenco; pero soy hombre de bien. Ese picar6n de D. Hermógenes me ha estafado cuanto tenía para pagar sus trampas y sus embrollos, me ha metido en nuevos gastos, y me deja imposibilitado de cumplir, como es regular, con los muchos acreedores que tengo.

D. PEDRO: Pero ahí no hay más que hacerles una obligación de irlos pagando poco a poco, según el empleo o facultad que usted tenga, y arreglándose a una buena economía.

DOÑA AGUSTINA: ¡Qué empleo ni qué facultad, señor! Si el pobrecito no tiene ninguna.

D.PEDRO: ¿Ninguna?

D. ELEUTERIO: No, señor. Yo estuve en esa lotería de ahí arriba; después me puse a servir a un caballero indiano, pero se murió, lo dejé todo, y me metí a escribir comedias, porque ese D. Hermógenes me engatusó y...

DOÑA MARIQUITA: ¡Maldito sea él!

D. ELEUTERIO: Y si fuera decir estoy solo, anda con Dios; pero casado, y con una hermana, y con aquellas criaturas...

D. ANTONIO: ¿Cuántas tiene usted?

D. ELEUTERIO: Cuatro, señor, que el mayorcito no pasa de cinco años.

D. PEDRO: ¡Hijos tiene! (Aparte, con ternura. ¡Qué lástima!)

D. ELEUTERIO: Pues si no fuera por eso...

D. PEDRO: (Aparte. ¡Infeliz!) Yo, amigo, ignoraba que del éxito de la obra de usted pendiera la suerte de esa pobre familia. Yo también he tenido hijos. Ya no los tengo; pero sé lo que es el coraz6n de un padre. Dígame usted: ¿sabe usted contar? ¿Escribe usted bien?

D. ELEUTERIO: Si, señor, lo que es así cosa de cuentas, me parece que sé bastante. En casa de mi amo... Porque yo, señor, he sido paje... Allí, como digo, no había más mayordomo que yo. Yo era el que gobernaba la casa, como, ya se ve, estos señores no entienden de eso. Y siempre me porté como todo el mundo sabe. Eso sí, lo que es honradez yŠ ¡ vaya ! Ninguno ha tenido queŠ

D.PEDRO: Lo creo muy bien.

D. ELEUTERIO: En cuanto a escribir, yo aprendí en los Escolapios, y luego me he soltado bastante, y sé alguna cosa de ortografía... Aquí tengo... Vea usted... (Saca un papel y se le da a D. Pedro.) Ello está escrito algo de prisa, porque ésta es una tonadilla que se había de cantar mañanaŠ ¡Ay, Dios mío!

D. PEDRO: Me gusta la letra, me gusta.

D. ELEUTERIO Si, señor, tiene su introduccioncita, luego entran las coplillas satíricas con su estribillo, y concluye con las...

D. PEDRO: No hablo de eso, hombre, no hablo de eso. Quiero decir que la forma de la letra es muy buena. La tonadilla, ya se conoce que es prima hermana de la comedia.

D. ELEUTERIO: Ya.

D. PEDRO: Es menester que se deje usted de esas tonterías. (Volviéndole el papel.)

D. ELEUTERIO: Ya lo veo, señor; pero si parece que el enemigo...

D. PEDRO: Es menester olvidar absolutamente esos devaneos; ésta es una condici6n que exijo de usted. Yo soy rico, muy rico, y no acompaño con lágrimas estériles las desgracias de mis semejantes. La mala fortuna a que le han reducido a usted sus desvaríos necesita, más que consuelos y reflexiones, socorros efectivos y prontos. Mañana quedarán pagadas por mí todas las deudas que usted tenga.

D, ELEUTERIO: ¿Señor, qué dice usted?

DOÑA AGUSTINA: ¿De veras, señor? ¡Válgame Dios!

DOÑA MARIQUITA: ¿De veras?

D. PEDRO: Quiero hacer más. Yo tengo bastantes haciendas cerca de Madrid; acabo de colocar a un mozo de mérito que entendía en el gobierno de ellas. Usted si quiere podrá irse instruyendo al lado de mi mayordomo, que es hombre honradísimo, y desde luego puede usted contar con una fortuna proporcionada a sus necesidades. Esta señora deberá contribuir, por su parte, a hacer feliz el nuevo destino que a usted le propongo. Si cuida de su casa, si cría bien a sus hijos, si desempeña como debe los oficios de esposa y madre, conocerá que sabe cuanto hay que saber, y cuanto conviene a una mujer de su estado y sus obligaciones. Usted, señorita, no ha perdido nada en no casarse con el pedant6n de D. Hermógenes; porque según se ha visto, es un malvado que la hubiera hecho infeliz; y si usted disimula un poco las ganas que tiene de casarse no dudo que hallará muy presto un hombre de bien que la quiera. En una palabra, yo haré en favor de ustedes todo el bien que pueda; no hay que dudarlo. Además, yo tengo muy buenos amigos en la corte y... Créanme ustedes, soy algo áspero en mi carácter, pero tengo el coraz6n muy compasivo.

DOÑA MARIQUITA: ¡Qué bondad!

(D. Eleuterio, su mujer y su hermana quieren arrodillarse a los pies de D. Pedro; él lo estorba, y los abraza cariñosamente.)

D. ELEUTERIO: ¡Qué generoso!

D. PEDRO: Esto es ser justo. El que socorre la pobreza, evitando a un infeliz la desesperación y los delitos, cumple con su obligación; no hace más.

D. ELEUTERIO: Yo no sé cómo he de pagar a usted tantos beneficios.

D. PEDRO: Si usted me los agradece, ya me los paga.

D. ELEUTERIO: Perdone usted, señor, las locuras que he dicho y el mal modo...

DOÑA AGUSTINA: Hemos sido muy imprudentes.

D. PEDRO: No hablemos de eso.

D. ANTONIO: ¡Ah, D. Pedro! ¡qué lección me ha dado usted esta tarde!

D. PEDRO: Usted se burla. Cualquiera hubiera hecho lo mismo en iguales circunstancias.

D. ANTONIO: Su carácter de usted me confunde.

D. PEDRO: ¡Eh! los genios serán diferentes, pero somos muy amigos. ¿No es verdad?

D. ANTONIO: ¿Quién no querrá ser amigo de usted? Vaya, vaya, yo estoy loco de contento.

D. PEDRO: Más lo estoy yo; porque no hay placer comparable al que resulta de una acción virtuosa. Recoja usted esa comedia (Al ver la comedia que está leyendo Pipí.), no se quede por ahí perdida y sirva de pasatiempo a la gente burlona que llegue a verla.

D. ELEUTERIO: ¡Mal haya la comedia (Arrebata la comedia de manos de Pipi, y la hace pedazos.), amén, y mi docilidad y mi tontería! Mañana, así que amanezca, hago una hoguera con todo cuanto tengo, impreso y manuscrito, y no ha de quedar en mi casa un verso.

DOÑA MARIQUITA: Yo encenderé la pajuela.

DOÑA AGUSTINA: Y yo aventaré las cenizas.

D. PEDRO: Así debe ser. Usted, amigo, ha vivido engañado; su amor propio, la necesidad, el ejemplo y la falta de instrucción, le han hecho escribir disparates. El público le ha dado a usted una lección muy dura, pero muy útil, puesto que por ella se reconoce y se enmienda. Ojalá los que hoy tiranizan y corrompen el teatro por el maldito furor de ser autores, ya que desatinan como usted, le imitaran en desengañarse.

FIN

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